miércoles, 17 de julio de 2013

Café.

     Hacía frío, pero ella sudaba. Estaban frente a frente, y solo los dividía un mesa y dos tazas de café. Aún no habían emitido ninguna palabra, aun así se observaban con escrutinio. Era como decirse con la mirada «¡hey, tanto tiempo! Estás más cambiadx de lo que esperaba». Pero no eran comentarios que estuviera bien pronunciar.
     Al  fin él, impaciente como de costumbre, se animó a romper el silencio.
     —¿Y bien? Vos fuiste la que me citó. ¿De qué querías hablar?
     —¿Ni siquiera te lo imaginás? Creí que me conocías lo sufi...
     —Al grano.
     —De acuerdo. Quiero que escuches todo lo que tengo para decirte.Tal vez no tenga respuestas, tampoco sé si quiero oírlas, pero necesito que estés al tanto de todos los conflictos que dejaste rondando en mi mente. También, el por qué tu partida me destrozó tanto.
     —¿Otra vez con tus ganas de llamar la atención?— Ella se encogió en su asiento, y él se acomodó sobre el suyo, estirando sus largas piernas lo que más podía—. Di lo que tengas que decir, y luego me voy.
     —Bien. Haz las interrupciones que creas pertinentes. Conocés lo suficiente de mí como para saber que siempre fui una persona bastante solitaria.
     —Porque así lo querías, ajhá.
     —Eso no era pertinente.
     —Sí para mí.
     —En fin. Por esa misma razón, también deberías estar enterado de que yo no sabía lo que era el sentimiento de amistad hasta que apareciste en mi vida. Fuiste el primero en considerarme una persona brillante, valerosa, y digna de conocer. Con vos me sentía segura, tranquila, acompañada. En parte, me parece que es porque así lo quisiste. Cuando te descubrí, vía Internet, me pareció casi estúpido que despertara en otro chico esa... protección de la que hablabas. Porque así me decías, «protegida especial». Y no solo eso. Me defendías, me consolabas. ¡Y no buscabas nada a cambio! Yo era, por ese entonces, aun más estúpida de lo que soy ahora. ¿Qué significa? Que no valoraba todo lo que debía valorar. Porque, si bien sabía lo que representabas para mí, no lo tenía presente. Porque no estaba dentro de mis planes perderte. Jamás había sucedido, y desconocía cómo hacer para que no pase. Tampoco sabía que era tan doloroso.
     Se hizo un silencio incomodísimo.
     —No tengo nada para agregar, si era lo que esperabas.
     —Sí, eso estaba haciendo.—Suspiró—. Bien. Con respecto a mis escenas de celos...— Él rió, provocando en ella una leve media sonrisa—. Esas eran una autodefensa. Me sentía desprotegida, o desplazada, y reaccionaba así. Insisto, era aún muy estúpida. Mis formas de actuar no eran las correctas. Pido disculpas por eso. Ahora, a lo más reciente. Recordarás mi castigo, el de las vacaciones.
     —Seh.
     —Bueno. Cuando estaba por concluir, mi padre, que al parecer notó el estado de desesperación en el que me encontraba, me dio a elegir lo que quería: mi celular, o una reunión con mis amigos. Imaginate cuánto los necesitaba. Mi viejo los conocía a todos, y me atrevo a decir que le caían bien. Entonces, sin dudarlo un poco, los elegí a ustedes. Qué tonta fui. Esa noche, soñé que te abrazaba.—Dejó caer una lágrima, a lo que el otro largó todo el aire que tenía guardado—. Recuerdo que inventaron las mil y una excusas, y no vinieron. Me dolió mucho de su parte, pero de vos... Fue terrible. Podría leerte fragmentos de esos días, pues está todo documentado... Pero no. Cuando volví, me trataste con una indiferencia que me asustó, y que no estaba preparada para recibir. No solo volvía a hablar con gente luego de tanto encierro, sino que cambiaba de turno y de modalidad en el colegio. Y sin gente conocida a mi alrededor, era una tortura. Entonces, te fuiste disolviendo hasta  que desapareciste. No sé si dejé de importarte, si te enojaste o si nunca me correspondiste como decías y solo era una distracción hasta que conocieras a tu media naranja. Solo sé que fue terriblemente agónico. Nunca había estado tan a la deriva, porque antes de ustedes, nunca había habido nadie. Pero hicieron que me acostumbre tanto al afecto y a la compañía... Que no solo hiciste que conozca la amistad, sino que también me diste una pequeña lección sobre la soledad—calló, y no se atrevió a mirarlo. Solo notaba su cabeza baja, observando el café—. Es por eso que quería hablar hoy con vos. Para que comprendas cómo tus decisiones me afectaron. Para que sepas que fuiste mi primer mejor amigo. No sé si habrás cumplido con todas mis expectativas, porque no tenía ninguna, pero sí puedo asegurar que te busqué en otras personas... y nunca llegaste. Tal vez sea bueno, pero lo precisaba. En este momento también me animo a decir que te extraño. Así como lo dije cuando te envié el mensaje, el día de mi fiesta de quince. Sé que te acordás, porque sé que lo leíste, por más que no lo hayas respondido. Por ahora solo quiero que sepas eso, y seas consciente de que me hiciste madurar muchísimo; que me encantaría ser la madrina de Alma Selena, Alma Azul, o Alma Valentina, pero que no estoy segura de ser tan buena persona como para abrirte los brazos nuevamente. Solo quiero comprender por qué esa desaparición. ¿Cómo es que la gente deja de querer de un día para el otro? Si un tiempo antes jurabas por las estrellas que sería tu mejor amiga por siempre.
     Él se levantó rápidamente, dejando dinero sobre la mesa, y se marchó. La dejó atónita. Las dejó atónitas. A las tres, que reunieron todo el valor que pudieron para poder sincerarse,  liberarse. Incluso a mí, que compartí con él tan poco, me encantaría conocer los motivos de ese desprecio. Pero lo más probable es que nos extingamos con la duda.

lunes, 27 de mayo de 2013

Ich bin nicht ich.


     Este tipo de cuestiones se despiertan muy frecuentemente en mi cabeza. Pero suelo ignorarlas, porque termino diciéndome-más para complacerme que para otra cosa- que solo son ideas mías; y que, si bien seguro hay gente que lo piensa, deben existir excepciones.

     Pues bien, me harté. Me harté de la mentira, del engaño. Estoy cansada de que me subestimen, me ridiculicen, y me hagan pasar por idiota. En algún momento creí que de verdad tengo letreros luminosos que dicen "Ríanse de mí", "Cáguense en mí" y "Jueguen conmigo".  Ahora estoy segura. No sé si esos carteles están en la amabilidad que ejerzo cuando me presento, en la sonrisa de "se puede confiar en mí" con la que camino, o en la ternura que implica mi baja estatura. Realmente no lo sé. Solo puedo dar fe de que nada ni nadie logra tomarme en serio. Se aprovechan de esa gentileza, de la sonrisa y la confianza,  afirman tenerme afecto, valorarme... ¿Y luego? Quizás porque saben que voy a perdonarlos se dan el lujo de cometer faltas contra mi persona. Pero estoy hastiada de todo eso. Y ni siquiera puedo permitirme comportarme de otra manera, porque me duele herir a otras personas.

     Detesto lo blanda que soy. Esto que Himeko vuelca sobre mí todo el tiempo. Aborrezco confiar, depositar, entregar todo en alguien, y que luego crea que puede mantenerme engañada todo el tiempo. Tengo la maldita costumbre de enterarme de todo. No sé, siempre lo consigo. Y no saben cómo duele saber que te están ocultando algo, y fingir una sonrisa SOLO PARA QUE ESA PERSONA NO SE SIENTA MAL. Sí, así como lo leen. ¿Pueden creerlo? Porque yo no. Si pudiera cambiar algo en mi forma de manejarme, sería eso.

     De alguna forma u otra, pienso que creo que soy más de lo que en realidad soy. Y las personas a mi alrededor, esas que me engañan, se empeñan en resaltar lo grandioso de mi ser. Yo lo termino creyendo. Pero, obviamente, nada dura para siempre. Voy a ser eternamente la pibita, la estúpida niña con complejo de sentirse adulta y superior a los demás (esas son palabras de mi madre). Me duelen demasiado las decepciones. Más que a cualquier otra persona. Porque se dan desde que soy tan pequeña. Si de verdad soy fácil de engañar, traten de no divertirse con eso. No es muy lindo, y no habla bien de ustedes.
Necesito una persona en quien confiar. Y QUE ME DEVUELVA ESA CONFIANZA. Pero aquí estoy nada más yo, y bueno... mis estúpidas dos variantes mentales. Que no ayudan demasiado, por cierto. Mientras Aika quiere ir, gritar, golpear y preguntar por qué solo  hay una delgada superficie de su confianza que me recubre; Himeko quiere fingir que todo está bien, y llorar en silencio.
   
     Repito esto desde que tengo seis años: cumpliré la mayoría de edad, me iré, y no volverán a saber nada de mí. Al parecer, ya desde esa edad sabía lo que deparaba el destino para mí. Solo espero que, cuando llegue el momento, mi lado bueniestúpido no sigan dejándose pasar el trapo por la cara.


domingo, 26 de mayo de 2013

Hasta el día en que se convierta en calabaza.



«Porque eres lo que quiero, deseo pertenecer a tu mundo. Llenar los espacios vacíos, y dejar atrás toda pena que nos pueda molestar».
¿Qué es ser y pertenecer?
¿Por qué no somos ni nos pertenecemos?
Si en algún momento el hechizo sobre el que me mantengo, se deshace... ¿Qué haré?
¿Qué soy sin él a mi lado?
¿Qué soy sin este intento de familia, esta entidad que creé?
¿A qué pertenezco, si no es a él?
¿Qué hago cuando despierte, y no esté a mi lado?
Cada vez estoy más próximo a dejarme caer sobre el mar de agonía que hay debajo del cuento de hadas.
Porque este carruaje que me acerca a mis sueños desaparecerá a media noche.
Y si no estoy seguro de cómo volar fuera de él, y continuar hacia mi objetivo...
Sin ti a mi lado no podré.
Porque, de alguna forma, él es mi objetivo.
Siempre lo fue, y temo que siempre lo sea.
Es extraño que lo más próximo a ti sea lo inalcanzable.
Debería cerciorarme de que alguna vez fuimos tan unidos como dijimos.
Sería triste descubrir que la soledad de a dos fue un engaño más.
Una mentira más.
Porque de los dos, él era el más cruel.
Lo sabe.
Los sentimientos siempre me dominaron, y por esa razón sufro más de lo que él sufrió en algún momento.
No estoy desprestigiando sus lágrimas, pero en algún momento debía darle valor a las mías.
Si no puedo ser amado por nadie más, debería comenzar a amarme a mí mismo.
Y, de esa forma, regocijarme en la soledad de uno que siempre detesté.
Iré mentalizando la forma de nadar contra la corriente.
Al menos hasta el día en que mi conjuro mágico vuelva a ser calabaza.

domingo, 12 de mayo de 2013

Carta a las idiotas.

Estimadas estúpidas:

     Les escribo esto para pedirles que se detengan. Dejen de una vez eso de los sustentos emocionales. Las tres sabemos, por causa de la experiencia, lo heridas que terminamos siempre. Hemos tenido muchos "pilares de felicidad", como le gusta llamarle a la niña, y siempre caímos. O nos dejaron caer. No voy a dar nombres, porque sé que están en sus mentes, y que el hecho de verlos solo hará que lloren con más intensidad.
 
     Soy testigo de las veces que patalearon del dolor, y nadie vino en su ayuda. Muchas veces padecí la misma sensación de desconsuelo, de vacío, de estar a la deriva. Y no me gusta ni un poco. Queridas mías, sé que en el fondo también saben que TODAS las personas pasajeras; y que la sensación de felicidad es efímera. La paz, o la armonía, vienen de la mano con la felicidad absoluta. ¿Y eso cuánto dura? ¿Dos semanas? Aproximadamente. Por eso les imploro: basta de aferrarse, basta de sentirse sostenidas por una inestable columna de cartón. Ya está. Fue suficiente. Y no solo porque no me veo muy bien con lágrimas en los ojos, sino porque comparto todo lo que ustedes atraviesan. Y, me guste o no, aunque no se los diga muy seguido, las quiero. Somos parte de una unidad. No sé de quién fue la idea, porque no existen tres chicas más incompatibles que nosotras, pero así es.
Ahora, levántense. Sonrían. Vivan a través de nuestra piel, observen con nuestros ojos lo maravilloso que es el cielo cuando no hay una cortina de cristal sobre ellos.
 
     La gente viene y va, y no podemos pararnos sobre un pilar que está en constante movimiento. Es insano. No conviene. La inestabilidad no es para nosotras (y menos para mí). Vamos, ustedes sonríen más lindo que eso. Les prometo que me vengaré de todos aquellos pilares que se derrumbaron, y nos dejar en medio de escombros. Se los juro por mí, y eso es mucho.
 
Atentamente: Aika.
 

domingo, 5 de mayo de 2013

Juvenile.

     El suelo se movía, y las tres almas que deambulaban por la habitación estaban abrumadas. Todas, por diferentes razones, reían y lloraban. Una de ellas intentaba mantener la compostura, y tranquilizar al resto; pero le resultaba imposible. Otra, se dejaba guiar por los movimientos de la tierra, y una sonrisa estúpida adornaba su rostro, a la par que lágrimas brillantes acariciaban sus mejillas. La última también se balanceaba, pero modificaba los movimientos cuando le resultaba conveniente: para ella todo estaba calculado.
—¡Basta, por favor!—exclamaba quien intentaba volver a la normalidad.
     Miró a sus compañeras con furia, notando que estaban encerradas en ellas mismas. Cada tanto compartían miradas cómplices, y eso no resultaba benigno.
—¡Ustedes dos están causando esto! ¡Contrólense!—gritó, pero no recibió respuesta.
     Miró el cielo, la luna. Parecía moverse junto con ellas. Intentó respirar hondo, pero una exhalación a su derecha hizo que comience a toser.¡No podía ir en contra de las dos, porque formaban parte de una unidad! Decidió, entonces, encerrarse en su propia mente. Estaba en ella la capacidad de resguardarse, o de jugar el mismo juego que las muchachas a su alrededor.

domingo, 21 de abril de 2013

Especial.


-Bésame-pidió en un susurro, y él le correspondió.
     Sus labios se sentían magníficamente suaves. Sabían dulces, y estaban fríos. Ella lo abrazó. Rodeó su cuello con delicadeza, y lo pegó contra él todo lo que pudo. Perdía todo el raciocinio que poseía estando con él. Profundizó el beso, ansiosa, sintiendo cómo las manos de él acariciaban su cintura. La sostenía, y no solo eso, la elevaba. Todo a su alrededor se desvanecía, y conseguía sentir a todas las estrellas del Universo en su estómago.
     Pero él se separó, y todo cayó. Le dedicó una media sonrisa, y se marchó. Entonces, comprendió lo que acababa de suceder. Se sentó en el banco de la plaza, y miró el libro que llevaba entre las manos. Estaba destruida  sabía muy bien lo que era y lo que no. Amar, estar a junto a la persona que la enloquecía era una maldita bendición. Principalmente porque en el fondo entendía que ella no era lo que él necesitaba, o lo que quería. Era... solo lo que deseaba de momento. Había visto cómo se comportaba en frente de otras niñas, y no era muy diferente.
     Comenzó a llorar, dándose asco. ¡Le quería muchísimo, y no valoraba eso! No era la persona adecuada, ni mucho menos. Pero era la que había escogido, y la que (casi siempre) la hacía sentir feliz. ¿Cómo evitarlo? El dulce veneno y el amargo azúcar que corrían por sus venas la volvían loca. Y él solo... reía. Disfrutaba su contacto, pero nada más. Del cuerpo para adentro solo había un vacío.
     Nada había sido tan dulce y agrio hasta ese momento. Los sentimientos que necesitaba expulsar solo eran contenidos por una hoja de cristal. La luz de la luna jamás fue tan opaca como en ese momento, pero la hacía sentir un poco más triste. Un poco más sensible, más frágil, más ingenua y menos especial.

sábado, 6 de abril de 2013

Frío.

     Él lloraba. Sus lágrimas caían sobre el cuerpo blanco que yacía debajo, inmóvil. Los espasmos del dolor que seguramente sentía le hacían levantar y bajar los hombros de manera discontinua.
Estaban en medio de la nieve. El cuerpo inerte solo tenía puesto una camisa. Su piel parecía de mármol: gélida, pálida. Y sus labios eran rosados, contrastando perfectamente. El cabello castaño solo lograba embellecerlo aún más. Era hermoso, parecía una escultura.
     Me acerqué para ver mejor la escena. Me encantaría fotografiarlo, la posición de ambos, y el panorama son exquisitos. Pero el otro sujeto se ve demasiado angustiado como para permitir tal cosa, o si quiera dejar de llorar.
     Al estar a solo centímetros, los pasos se me hacen pesados, por la abrupta cantidad de nieve. Busqué la cámara en el bolso, pero no llevaba ninguno de los dos. Eso es extraño, jamás me alejo de ellos. Le di vuelta mil veces a la escena, y no había nada fuera de lo normal. Él lo besaba, como si lo hubiera perdido. Y gritaba como si estuvieran arrancándole el corazón con las manos. Se veían preciosos juntos. Chasqueé la lengua, maldiciéndome internamente por no llevar la cámara conmigo.
Me arrodillé junto a ellos, y acaricié la hermosa piel que poseía quien no abría los ojos. Temía que el otro me dijera algo, pero estaba demasiado entretenido llorando sobre su pecho.
     Entonces, comencé a sentirme levemente mareado. El aire a mi alrededor se hacía denso, y me pesaba la cabeza. Una deliciosa agonía lograba que me regocije de puro dolor. Mi voz no salía, y solo echaba el cuerpo hacia adelante, intentando que algo deje de dolor. Un leve escozor comenzó a subir desde la punta de mis pies, y me iba consumiendo. Cerré los ojos con fuerza, notando que la sensación iba subiendo, y ahora me llegaba al abdomen. Oí a lo lejos un alarido, y el cuello ardía. Entreabrí los ojos al no sentir más los labios, y justo antes de desvanecerme, vi cómo el hombre que descansaba tranquilamente en la nieve, soltaba una cámara.

jueves, 4 de abril de 2013

A.D.V.

     Caminé lentamente hacia aquel cristal que a penas se divisa entre los rayos de luna. El cuarto pequeño, sin puertas, parece achicarse cada vez más. La ventana que da paso al resplandor falso de la luna está muy alta. Demasiado, y aún más para mí. Eché un suspiro. Siempre detesté mi estatura, aunque nunca la aborrecí. Rolé los ojos hasta hallar mi principal objetivo y, de pronto, estaba frente a mí. Lo pude apreciar de cerca: era un espejo con bordes oxidados, que le daban un aspecto encantadoramente melancólico. Me observé en él y solté una exclamación ahogada. ¿Qué era eso?
En el cristal no aparecía mi reflejo, sólo había una llamarada oscura, como la magia negra que arde en el interior de un corazón siniestro. Pero yo no soy malvada... ¿o sí?
    Solté una lágrima, y la figura cambió. Pude contemplarme a mí misma cuando tenía... ¿siete años? Sí, tal vez. Llevaba un sueter de lana verde, una falda gris y zapatos negros. El cabello atado en una coleta baja, enmarañado como de costumbre. Los labios estaban secos, rotos, y los ojos tristes.
     —¿Por qué estás así?—me animé a preguntar.
     —Lo hicieron de nuevo...—sollozó el reflejo—, me volvieron a acusar de algo que no hice. ¡Yo jamás les haría daño! Ni robaría nada...
     —Lo sé—dije con consuelo—. No los escuches. No los mereces.
     —Pero estoy sola.
     —Debe dolerte ¿verdad?
Ella esbozó una sonrisa.
    —No más que a ti.
     La imagen volvió a borronearse, y esta vez parecía tener once años. Usaba una remera blanca de cuello rojo y un feo gato en el centro que sostenía una bandera, cuya descripción decía «egresados». El pelo suelto, con un despeinado y corto flequillo sobre la frente. Sus ojos estaban húmedos, y en las espesas pestañas habitaban gotas de agua, como cristales.
     —Y a ti... ¿qué te sucede?
     —Pasó otra vez.
     —¿Lo qué?
     —Me arruinaron un evento importante. Mi despedida de la primaria... Se pusieron a pelear frente a todos.
     —No fue para hacerte daño a ti, sino entre ellos.
     —Lo sé, y eso es lo que más duele. No les importo.
     —No digas eso, ¡claro que les importas!
     —¡No me mientas! Él nunca está, y ella siempre amenaza con irse... Ninguno me quiere.
     —¿Eso te hace sufrir? ¿que no te quieran?
     —A mí sí. A ti te hiere que no signifiques nada en sus vidas—esbozó una media sonrisa y se desintegró.
     Otra imagen apareció allí. Doce años. Llevaba un jumper gris por sobre las rodillas, sus gestos se veían más femeninos, el cabello peinado al costado. Pero... Había algo en su rostro que no debía estar. Un golpe, una cicatriz con un mal intento de maquillaje cubertor sobre ella.
     —¿Y tú...?
     —Me lastimó. Nunca había ido tan lejos, me dejó marcas...
     —Estaba fuera de sus cabales, excúsala.
     —No puedo. Ella no me quiere. Soy el centro de su odio, me lo dice siempre. Pero al menos hay una flor nueva en el jardín.
     —Es bellísima ¿no?
     —Tiene un alma tan pura.
     —Aprovéchala, se irá en poco tiempo.
     —Lo sé, lo supuse. Todos me dejan. Y encima ella no me quiere...
     —¿Eso te lastima?
     —No...—Sonrió—. Eso te lastima a ti.
     Se devaneció. Ahora había otra imagen mía ahí. Más madura, a penasun poco más alta. El cabello descolorido, y los ojos llenos de furia. Vestía un short negro, botas de cuero y un top del mismo valor.
     —¡Pareces furiosa!
     —Lo estoy.
     —¿Qué pasa?
     —Ella de nuevo.
     —¿Qué hizo?
     —Me golpeó, ahora ya es constante. Pero lo hizo frente a todos, irascible como siempre, y me llevó donde no quería con ese apestoso intento de ser humano. Es impía.
     —Mejoraste tu léxico.
     —Crecí.
     —Lo sé. Eres más fuerte ahora, la ira te hace poderosa.
     —No, te equivocas. Me lastima, me hace malvada... Y la odio.
     —¡No odies! ¡Eso no es bueno para ti!
     —No, te equivocas... A mí me da igual, es a ti a quien hace mal.
     Se difuminó, y ahora me veía a sí misma, con 15 años alcanzados. Pero algo no estaba bien... Tenía los ojos rojos, hinchados por el llanto y respiraba agitadamente. Estaba desesperada y revolvía sus cabellos con preocupación.
     —¿Qué te sucede?
     —Ellas. Todas ellas, a quienes viste... ¡Son malas, son malvadas!
     —¿Qué dices? ¡Claro que no!
     —Sí...—susurró, nerviosa—. Ellas te... Ellas te...—La imagen se borraba de a poco—. ¡Es por culpa de ellas que eres quien eres ahora! Por su culpa sufres... Sus pasos te arrastraron hasta que tus sentimientos se tranformaron en los que experimento en este momento.
     —Y... ¿cómo son? No puedo identificarlos... ¿cómo estoy?
     Mi reflejo sonrió retorcidamente con lágrimas saladas descendiendo por sus mejillas morenas.
     —Tú, mi querida amiga...—Elevó la vista, castaño contra castaño—, estás sola. Y ya no le importas a nadie— Soltó una estruendosa carcajada, y desapareció, dejando el eco de su voz.
     ¿Estoy sola? Miré el vidrio de nuevo, ahora sí me reflejaba naturalmente. Pero ya no me reconocía... ¿En verdad eso soy? ¿Un ente que vaga entre palabras sin importancia? ¿Una adolescente que va de ficción en ficción para lograr sonreír? ¿En eso me convertí? ¿En una estúpida a la que nadie oye? No es culpa mía, me doman las decisiones del pasado.

miércoles, 3 de abril de 2013

Give your heart a break.

—No, Himeko. Basta—la detuve con mi voz, antes de que se le ocurriera dar un paso más—. Calladita y quieta. No vas a moverte ni un milímetro de ese cuadrado que dibujé.
»Y vos, Aika, más te vale detener esa vulgar imaginación tuya. Nos lleva al abismo.
 —¿Solo mía?-inquirió con la voz de zorra que la caracteriza—. La compartimos, cariño.
 —Sí—dije, casi perdiendo los estribos-. Pero soy yo quien pone... acá los límites. No vas a irte un poco más allá de esos cuatro cristales que construí para vos solita.
 —¿Qué? ¿Me vas a decir que no te gusta?
Callé al sentir a Himeko apoderarse de algunos poros de mi piel. Pero la sacudí en seguida, regresándola a su lugar.
 —Te gusta—afirmó Aika, y Himeko se ruborizó.
Será mejor encerrar a estas dos malditas bajo siete llaves. Pueden hacer estragos.
 

domingo, 31 de marzo de 2013

You're my life.


  El viento me acaricia la piel con suavidad, como si intentara acunarme. Pasa rápidamente por ella, la recorre y tengo frio. La luz del sol penetra en mis ojos cerrados, los párpados no pueden esconderme de su fulgor. Y mientras esta sensación vertiginosa alborota mis células y mi pecho, en mi mente repaso todas las formas en las que pudimos evitar terminar de este modo tan melodramático, asqueroso.

Nueve de junio-Nacimiento.
     
    A mi alrededor hay mucha luz, y ruido. Me aturde, me atormenta. Tengo miedo, y… Todo se ve borroso. No puedo enfocar bien. Solo sé que hay otros seres, y todos me tocan. También oigo que alguien llora. ¿Por qué? ¿Acaso está herida? Sí, es una mujer. Y por alguna razón, me despierta amor y seguridad. Pero mi cuerpo busca algo más, algo que le fue arrancado hace unos momentos. Y no es el hombre que me mantiene consigo ahora. También lo quiero, pero no es a quien necesito.
De pronto, un sonido particular llama mi atención. Yo conozco ese tono, pero está gritando, me busca. Él salió primero, y no sabe dónde estoy. Muevo la cabeza y mis ojos intentando divisarlo, pero aún no tengo total control sobre mí mismo. Me impacienta, y emito un pequeño jadeo que parece querer convertirse en llanto descontrolado. ¿Dónde estás, mitad? Alma gemela… ¿Te arrancaron de mí y te perderé? No quiero, te necesito. Nos necesitamos.
     El señor que me sujeta, se mueve y agacha, produciéndome un leve mareo. Pero se siente bien, porque ahora estoy más seguro, y debajo de mí hay algo suave. Ese aroma inconfundible de bondad desprende la persona que ahora me carga. Estoy feliz, pero sigo preocupado. Abro los ojos, y mi corazón comienza a latir muy deprisa. Dentro de su abrazo también estás tú. Me miras, te miro. Nuestros ojos se cruzan, y reímos. Ahora estoy completo, porque estoy contigo. ¡No te perdí, estás compartiendo candor conmigo! Puedo saber con toda seguridad que estabas igual de angustiado, y ahora estás contento. Porque me encontraste, porque nos encontramos.
     —Hikaru, te presento a Kaoru. Tu hermanito, tu gemelo menor.
     Hola, viejito. Soy menor que tú. La voz de mamá es suave. ¿No te gusta a ti también? Yo sé que sí, porque compartimos sensaciones, y el mismísimo corazón.

    Ahora la iridiscencia del sol se ha nublado. Pero eso tampoco me conforma, porque mi piel está helada, aunque el elegante traje blanco intente cubrirme el cuerpo, sin éxito. El oxígeno no me llena los pulmones, estoy mareado. Pero tu ayuda no acude a mí como aquella vez.

Veinte de julio- Seis años.
    
    Está atardeciendo, y la temperatura desciende poco a poco. No estás conmigo, porque fuiste a llevarle una de las flores que encontramos a nuestra mamá. Era linda, como ella. Pero me da envidia que no me la regales a mí. Sé que está mal, aunque no entiendo por qué. Siempre estás a mi lado, eres el único que sabe cuándo tengo hambre, o cuando estoy triste. Eso está bien, porque también me doy cuenta de lo que a ti te pasa. A veces compartimos sueños, ¡es genial! Me hace sentir más cercano a ti, y eso ya es mucho.
     Me levanto con una piedra en la mano, acercándome a la laguna. Se ve viva y anaranjada. Me gusta ese color, es brillante. Y por más oscuridad que haya, siempre conserva su naturaleza alegre. Por ello me acerco y tiro la piedra lejos. Se abre en el centro del lago un huequito, y miles de gotitas salpican a su alrededor. Es lindo, y suspiro ante la escena. Quiero acercarme, pero un leve relieve del suelo hace que tropiece y caiga al agua. ¡Es una sensación espantosa! No puedo respirar, y la desesperación me está matando. Dentro de mí hay cualquier cosa menos aire, y estoy mareado. Pero unos brazos me sujetan y me llevan hacia la superficie. Cuando mis ojos vuelven a la normalidad, te veo. Tienes un semblante preocupado, ¿eso es por mí?
     —¡Me asustaste, tonto! ¡Podrías tener más cuidado la próxima vez!
      No contesto, con tu reto me es suficiente. Y si dijera algo, lo arruinaría. Vamos hasta la orilla—aun no comprendo por qué estábamos tan lejos— y allí me secas el cabello con tu remera. Me gusta que me cuides como lo estás haciendo ahora. A veces intento hacer lo mismo, pero soy demasiado torpe. No como tú; que eres hábil y mayor que yo. Levanto la vista, y tus ojos marrones claros están enojados. No me gusta verte así, pero es porque te preocupaste, ¿cierto? Porque me amas igual que yo a ti. Eres mi salvador. Y como mi superhéroe, siempre me cuidarás.

    ¿Por qué no llegas? Me desmayo, estoy a punto de hacerlo. La gravedad me atrae, me lleva ¡no puedo aguantarlo más! Pero yo mismo lo decidí, y debo hacerme cargo de las decisiones que tomo ¿No? Es así como me lo enseñaste, aunque fue de un modo muy infantil.

Tres de diciembre- Diez años.
    
    Mis manos están sucias con brillantina turquesa, anaranjada y dorada. Las lágrimas se asoman en mis ojos, tengo ganas de llorar. Hoy en el colegio nos dijeron que debíamos dibujar algo que nos hiciera sentir alegres. Entonces quise hacer dos flores locas, psicodélicas creo que era la palabra. Pero no quedó bien, porque los tallos no pueden ser amarillos. ¡Por más psicodélica que sea una flor, no puede tener un tallo de ese color! Soy un estúpido, ya no hay tiempo para que pueda remendarlo, porque es muy tarde y el kiosco está cerrado.
     No puedo contener el llanto, y me da hipo. Es una sensación de decepción hacia mí mismo, porque sé que el tuyo debe estar mucho mejor. Me gustan tus manualidades, eres sumamente creativo. Saliste a mamá en eso. A veces me dejas ayudarte, cuando ya estás terminando. Dices que los detalles que les hago quedan lindos, pero sé que solo lo comentas para que no me sienta mal. Eres el único que está conmigo siempre, porque en el aula hasta las maestras me llaman a mí por tu nombre, y a ti por el mío. Es triste, parece que nunca tendremos amigos que nos identifiquen. Pero me alegra saber que eres para mí único en mundo. Fuera de nosotros dos no existe nada. Puedo ser eternamente feliz mientras te quedes a mi lado.
     —¡Hey! ¿Por qué lloras?
     —Yo… arruiné mi dibujo. Quedó muy mal y ya no puedo arreglarlo.
     Lo examinas atentamente, revoleas los ojos y sonríes. No entiendo por qué, así que me quedo viéndote, intrigado. Eres lindo cuando ríes, más que nada porque me siento vivo al verte así. Pero volviste a ponerte serio, opacando mis ganas de reír contigo.
     —Escúchame una cosa. Cuando hagas algo, debes estar decidido. Antes analízalo, y cuando lo hagas, asegúrate de creer en tu decisión. El dibujo te quedó bien, de todos modos. Ten fe en tus decisiones, de otro modo no llegarás a ningún lado.
     Y te vas, sin decir nada más. Pero me dejas pensando mucho, sé que esto es importante, y debo guardarlo. Hay algo extraño dentro de mi corazón cuando emites palabras, o me miras. Me gusta mucho, y eso es raro. Una sensación bella, confusa. Pero es normal que me agrades, porque eres mi hermano. Muy normal, ¿a que sí?

     Pequeñas gotas saladas quedan en el aire de arriba, el caliente. Y yo estoy cada vez más cerca del suelo. Escucho el alboroto de las personas, y eso rompe mi calma. No me gusta, jamás me agradó demasiado la gente. Pero no puedo hacer nada si cuelgo como péndulo en el aire.

Veintiséis de agosto- Dieciséis años.
    
    Estamos muy confundidos, y sabemos que esto no está bien. Pero entonces ¿por qué seguimos? Me besaste. Fuiste tú el que lo hizo, más allá de que fui yo quien se declaró, más allá de que somos dos hombres, gemelos y… más allá de que tú tengas novia. No importó nada, y profanaste mis labios, mi boca y robaste mi saliva. Me tocaste, y yo no me pude resistir, porque lo deseaba. Y acá estamos: tú encima de mí y yo gimiendo como poseso. ¿Cómo dejamos que esto pasara? Si te he amado en secreto, y me esmeré al máximo para ocultarlo. Solo fueron tres palabras, pensadas en voz alta, las que echaron todo a perder. Rompieron la barrera de hermanos, me presionaron el corazón y nos hicieron perder el raciocinio. Porque no soy el único culpable. Tú también me amas, por eso me estás tomando, ¿no? Con esta acción hemos dejado a un lado la fraternidad, ¿verdad?
     Me tocas con una delicadeza que solo tú puedes tener conmigo, y juegas con cada erógena parte de mi cuerpo. Me gusta, y un calor sofocante me recorre desde la cabeza hasta la punta de los pies. La sensación de tenerte dentro de mí, y que me pertenezcas no se compara con nada. Fue similar en mis sueños, pero es mejor tenerte en la realidad, sabiendo que mañana despertaré sobre tu pecho. ¿Hay algo más gratificante que este cosquilleo en mi pubis? Tal vez el hecho de que nuestras almas estén más unidas que nunca, o que susurres que me amas cuando alcanzas el orgasmo.
     A los trece años había empezado a darme cuenta de que no te veía como un hermano. El amor y el deseo se iban apoderando de mí, y ya no me metía en tu cama solo porque tenía miedo, sino porque necesitaba tenerte cerca. Fue así un tiempo, hasta que se volvió realmente incómodo. Nuestros cuerpos habían crecido, y a los catorce años habíamos alcanzado el metro setenta y dos. Pero buscaba formas para rozarte, mimarte o conseguir que quedemos cerca en un espacio reducido. La creación del Host club fue maravillosa, pues las “actuaciones” homo-incestuosas que debíamos hacer para complacer a las clientas me permitían tener cerca tus labios. Pero no todo es para siempre, y este año llegó Haruhi. Aunque lo negaras, desde el principio me di cuenta de que te atraía. Lo único que me sorprendió fue que ella te haya elegido a ti en lugar de a Tamaki. Era una corazonada que se quedaría con él, o tal vez solo mis añoranzas de no verla cerca tuyo. No le guardo rencor, es una buena niña. Pero… me perteneces. No puedo dejarte ir.
     —Aah… Te amo, te amo.
     Tus gemidos y manifestaciones de amor me llenan, pero… ¿Cuánto tiempo puede durar algo que no es correcto?

     El final debe estar más cerca de lo que creo. Mi cuerpo pesado da volteretas, dominando un baile que jamás pude llegar a aprender del todo. Por un momento al menos era libre, aunque seguía preso de los sentimientos que nacieron hace tiempo, desde que nací.

Veintiuno de marzo- Veintiún años.
    
    Estoy rodeado de unas sábanas cuyo aroma no me da buena espina. Quizás sea porque no me pertenecen, porque sé que compartes esta cama con tu pareja oficial. Pero aun así sigues conmigo. Porque soy tu hermano, porque soy más importante. Porque yo te amo, y tú a mí. Sin embargo, tengo un mal presentimiento, porque has estado muy serio mientras hacíamos el amor, y porque ahora te vistes con una lentitud casi agónica. Estás demasiado callado y pensativo, eso no me gusta.
     —¿Qué haces que no estás con Haruhi? Hoy empieza la primavera, ella debe de estar esperando un ramo de rosas. Soy demasiado poético, ¿eh? Ser licenciado en letras solo me volvió un romántico sin remedio…—Quiero alivianar el ambiente, este es un intento desesperado por sacar un tema de conversación.
     —Debo decirte algo muy importante…
     Tu tono de voz no me agrada para nada. Es grave, sombrío. ¿Qué me ocultas, amor mío?
    —Voy a casarme con Haruhi el veinte de diciembre.
Se me heló la sangre, y mis ojos se humedecieron. ¿Qué? ¿Estás tratando de decir que todos estos encuentros se van a acabar? ¿Que ahora tu amor no será mío, sino de ella? No, no puedes hacerme esto. ¡Me estás abandonando, cuando prometiste nunca hacerlo! Si siempre estuviste enamorado de ella, y estaba en tus planes casarte… ¿Por qué seguiste jugando con mis sentimientos? No era necesario. Podrías haberme ignorado aquella primera vez, y todo sería menos doloroso. Es como si… me hubieran quitado la mitad del corazón. Porque entre los dos poseemos uno solo. Y ahora soy mucho menos que una mitad… No soy nadie, y no valgo nada.

     Falta poco, solo unos metros más… y dejaré de sufrir. Los autos están allí, corriendo de un lado a otro. Quizás alguno detenga mi caída, pero espero no tener tanta suerte. Nunca la tuve.

Veinte de diciembre- Veintidós años.
    
    Huí luego de oír un «sí» emitido por ti. Huí cobarde, muerto por dentro. No pude soportar aquella inocente palabra retumbar en mis oídos, y corrí hasta mi edificio. Pero no bajé en mi apartamento, sino que seguí hasta la terraza. Puedo ver toda la ciudad desde aquí, pues son unos veinticinco pisos. El dolor, la angustia y la soledad pueden conmigo. No encuentro una salida, yo sin ti no puedo vivir. Todos los años que permanecimos juntos, que estábamos uno al lado del otro… Fueron en vano. Solo ayudaron a crear mis emociones destructivas del presente. Fueron pasos erróneos desde el principio los que me llevaron a pensar en la alocada idea que deambula por mi mente. Soy débil sin ti. No existo, no tengo a nadie más.
     Miro el cielo turquesa, tu color favorito, y vuelvo la vista a mi traje blanco. Tal vez quise asemejarme a la novia con estas prendas, pero no soy suficiente. No para ti, y ni siquiera para mí. Todo indicaba que iba mal, y este amor prohibido no tuvo jamás un futuro. Aun así, no me arrepiento de amarte, ni de haber nacido unos minutos después, ni de haber compartido el vientre materno. Nada valoro más que estos veintidós años a tu lado, llenos de amor. Distintos tipos de amor. Primero el fraterno y luego el pasional. Es lo más valioso que tuve, que tengo, y que jamás tendré.
Me acerco a la cornisa, y miro la distancia que me separaba de la multitud. Es mucha, y me servirá para pensar. Me paro en el borde, dejando que el viento y el sol me golpeen la cara. Inhalo y exhalo. Tomando todo el valor que puedo hallar en mí, me lanzo al abismo.

     Solo un poco más, sí. Mi cuerpo fue depositado con violencia en la caliente acera. Mi amor se trasladará a tu pecho, donde siempre debió haber estado. Primero, todo se me envaró. Poco a poco sentí un dolor agudo, pero comenzó a borrarse al cabo de una fracción de segundo.
—Hi…ka…ru… Daisuki.

     Resultó ser cierto eso de que antes de morir la vida pasa delante de tus ojos. Lo único que he visto has sido tú, porque tú eres mi vida.
        
    Opaco, opaco, gris… y negro.

jueves, 21 de marzo de 2013

Charcos.

"La felicidad no es para todos".
     Esa frase golpeaba en su mente una y otra vez. No la dejaba ir, le ocasionaba un dolor de cabeza inaguantable. No entendía nada de lo que le sucedía. Y cuando levantaba la vista siempre encontraba el mismo panorama: un armario, cuatro paredes negras, escritas casi en su totalidad con tinta fluorescente, y varios charcos de agua a su alrededor. Sintió desesperación por un segundo. ¿Qué pasaría con ella cuando el espacio del abismo negro se agotara, y dejara de escribir fantasías? Fantasías que la hacían sentir mejor. Todo era hermoso cuando estaba dentro de un Universo creado por ella. Uno en donde todos los que amaban, la querían, la acompañaban. Un fabuloso mundo pintado de azul, y de naranja. No estaría nada mal... ¿verdad?
     Volvió a la realidad cuando sintió el agua bajo sus pies. Estaba fría, pero el frío le gustaba. Miró hacia abajo, y vi su reflejo en el agua cristalina. Unas enormes ojeras desfiguraban su rostro. La imagen parecía burlarse de ella, y mostrarle todo lo que le faltaba para alcanzar la perfección. Pero no perfección para ella misma, sino para el resto. Debía esforzarse por ser lo mejor para todos, aunque nadie la valorara y la hicieran sentir mal. Hizo mea culpa un millón de veces, pero nada parece ser suficiente. Debió haber sido catastróficamente malvada en el pasado, como para que el karma le remunerara esto.
    Comenzó a dar patadas a los charcos, enfurecida; como si eso evitara el hecho de que está sola, que es menos que un ser humano, que es imperfecta. Asquerosamente imperfecta. Pronto se percató de algo: ¡toda esa agua con la que intentaba aminorar su furia estaba despintando las paredes! La tinta caía, y cada vez se leía menos lo que había escrito con su horrorosa caligrafía. Gritó. Gritó con desesperación, desconsolada. Era lo único que la mantenía viva. ¡Lo único! El agua se elevó, y comenzó a despintar lo que quedaba. Porque así pasaba siempre. La naturaleza conspiraba en su contra para que siguiera sufriendo.
     Cuando todo acabó, vio el desastre directamente a los ojos. Todo estaba en calma en calma. El semblante de ella volvió a ser taciturno, y suspiró. Debería crear otra historia, o meterse en el armario para que nadie la volviera a ver jamás. De todos modos, no había ni una sola persona que tuviera la intención de buscarla.
Quizás eso sería lo mejor. Total, ya no sabía si tenía fuerza suficiente como para crear otro Universo que se adapte a su extrañeza.

domingo, 3 de marzo de 2013

Fail.

    Enfrentarnos a la realidad a veces es demasiado difícil. Pero cuando ella nos enfrenta a nosotros es peor. Intento ser fuerte siempre. Intento ser buena en todo lo que hago. Esforzarme, superarme, volver a esforzarme y sobrepasarme una vez más. Pero las cosas no se hacen sencillas estado yo sola.
"Como aún no soy consciente,
necesito de la gente.
Por dentro soy vulnerable,
por fuera autosuficiente."
     Y, ¡joder! ¿Por qué no aparece la persona que me haga sentir bien? En este momento solo necesito... necesito a alguien que me ame, me publique o me envíe un mensaje dedicándome Fix You. Que la cante,que la grite. NO ME IMPORTA. Me siento tan sola en todo lo que hago... No recibo apoyo para las mayoría de las cosas. Y finjo que no me importa, que solo me intereso yo. Pero no es cierto... Todos necesitamos a alguien que nos diga que todo va a estar bien. Que nos escuche y nos seque las lágrimas. Y yo no tengo a nadie. Nunca me apoyé en mi familia, por obvias razones. Y necesito un amigo que me pregunte cómo estoy. Que si me escucha llorando por teléfono venga corriendo a socorrerme. A veces parece que estoy en un pozo, donde solo la fantasía me hace sentirme bien. ¿¡Y eso es justo!? Todos parecen tener a alguien en quien confiar al rededor mío. Y yo... Simplemente no. Quizás, si las cosas pasan como parece que van a suceder, y termine en una nueva escuela... Pueda arrancar de cero en todos los sentidos. Eso sería lo mejor.
     Después de todo, soy mi soberano. Yo decido cómo hacer las cosas. Y no sé si dañar a los demás me siga sin llevar el apunte. Después de todo, ellos no tienen compasión por mí.
     Y a la bruja de mi madre... Solo quiero decirle que jamás pensé que me diría las cosas que me dijo. Aún cuando yo ya sabía todo eso, no creí oír esas palabras jamás. Está bien, supongo. Después de todo nunca tuve una mamá que me mime. Todo fue hecho por imposición. Lo único que te agradezco es que con tanto dolor que padecí, soy fuerte. No me siento bien, pero ¿cuándo me sentí así? Esa estabilidad emocional jamás duró más de tres meses. No me importa si no tengo a nadie que me susurre Fix You al oído... Tal vez pueda aprender a hacer las cosas completamente sola. Como antes.
     Ya, solo quiero cumplir la mayoría de edad e irme a un lugar que solo yo conozca. Cumplir mis sueños y no volver a verle la cara a nadie. Nunca. Jamás. Sé que no van a extrañar mi pérdida, y dejaré de ser una molestia.
    Algún día me voy a ir. Será lo más pronto posible.

lunes, 18 de febrero de 2013

Lieben III


Lieben III: Proyecciones.

Mateo abrió intempestivamente la puerta de su casa. En el sofá del recibidor estaba Jazmín, su hermana de quince años. Su semblante era serio, casi preocupado, pero él estaba demasiado feliz como para notar ese tipo de detalles. ¡Estaba feliz! Ese chico que había encontrado unos momentos atrás era hermoso, y con un corazón frágil y noble. Solo esperaba que lo llamara.
     —¡Jazu! No sabes lo que tengo para contarte… ¡Conocí un chico!
     —Eso suena estupendo…—soltó sin un ápice de emoción en la voz—. ¿Dónde?
     —En… un bar. ¡Pero no es lo que imaginas! Tomamos un café, él parecía triste porque lo habían rechazado, o algo así.
     —Qué bueno. Mira, yo quería…
     —¡Y está para comérselo! Es rubio, como yo. Pero sus ojos son tan azules. Y tiene una piel tersa y delicada.
     —Suena encantador, pero yo quería comentarte que…
     —Y no sabes… ¡Lo besé! Fue hermoso, como de película. Lo seguí hasta la puerta del bar, le di mi número y lo besé.
     —No puedes ir besando a las personas por la vida. Pero también tengo que decirte…
     —Solo espero que considere llamarme.—Bajó la vista, y luego ubicó los ojos sobre su hermana, dándose cuenta de algo—. ¿Qué era lo que me ibas a decir?
     —Verás. ¿Recuerdas que el otro día te comenté que…?
     El celular de Mateo comenzó a sonar, y este le hizo una seña a Jazmín para que aguardara un momento. Luego de un instante, volvió a decirle que su madre quería que vaya a buscarla al trabajo, porque un hecho de inseguridad había acontecido allí hace unas horas y estaba asustada. Depositó un beso en su frente, y se marchó.
     Jazmín suspiró pesadamente y volvió a acomodarse en el sofá, sosteniéndose la cabeza con las manos. Luego se irguió, y pasó la mano por su cabello cenizo. «Al menos lo intenté» se consoló en silencio, y fue sobresaltada por unos toquidos en la puerta. Al abrirla, apareció un joven de estatura media, cabello azabache y ojos avellanados. Tenía una sonrisa tímida en el rostro, y al ver a Jazmín, la abrazó con fuerza.
     —Martín—susurró ella, desuniendo el abrazo—. No pude hablar con mi hermano. Tengo mucho miedo, él no va a aceptarte. ¡Te conté cómo es! Me cuida demasiado, además ya sabes, él es bastante conservador y tiene una mirada crítica con las mujeres. Que tenga un novio a los quince años no le hará ninguna gracia. Y yo ya te lo dije, si no nos acepta… no podré mantener esta relación por mucho que te esté amando.
     Él apretó su mano, y le dijo con voz conciliadora que todo estaría bien, que si se tenían el uno al otro podrían afrontar cualquier cosa, incluso a su sobreprotector hermano. Pero ante la mirada insegura de ella, agregó algo molesto:
     —Va siendo tiempo que acepte ciertas cosas. Es el siglo XXI, no puede prohibirte que tengas un novio si así lo deseas. No somos unos niños. Nos conocemos desde hace mucho tiempo, e incluso sabe quién soy y le agrado. No sé por qué las cosas deberían cambiar si le decimos que soy tu pareja.
     Jazmín comenzó a llorar entre sus brazos. Estaba nerviosa, alterada. No quería que nada salga mal. Martín y ella se criaron juntos, pues eran vecinos desde que ella nació. Él era apenas un año más grande, y siempre se mostró comprometido en cuidarla y hacerla feliz. Si así era ¿por qué estaría mal?
     Entonces, alejando las lágrimas de las pálidas mejillas de Jazmín, se acercó a su rostro, y la besó con dulzura, lentamente. Oyeron el sonido de la puerta y reaccionaron una milésima de segundo después de que una exclamación incompleta llegara a sus oídos.
     —¡Olvidé las…!—Los orbes grisáceos de Mateo examinaron a ambos jóvenes y  la posición en la que estaban. Luego de un rato de meditar, añadió:— Lo sospechaba.— Sonrió de medio lado, y cerró suavemente la puerta.

Lieben II.

     Hola. Lamento muchísimo no haber actualizado antes. No fue flojera, sencillamente no tenía internet. Pero hoy voy a subir las dos partes faltantes. Ahora una de amo homosexual entre hombres, y después de que vea Boku no Pico subo la última. Espero que lo disfruten.
__________________________________________________________________

Lieben II: Encuentro fortuito.


    Nicolás caminaba con paso ligero hacia ninguna dirección en particular. Millones de lágrimas se acumulaban en sus ojos, amenazándolo con salir. Pero su orgullo no se lo permitía, y tragaba con fuerza, intentando que el doloroso nudo en su garganta desaparezca. Estaba devastado, triste y, ¿por qué no? también un poco molesto. No se explicaba por qué todo, TODO debía sucederle a él. ¿Enamorarse de su mejor amiga, y que resulte ser lesbiana? Cosa de locos, que solo podría pasarle a una persona como él. Desgraciada, desafortunada.
     Desde niños intentó conquistar a Stephanie. Le regalaba flores, chocolates, se comportaba como un caballero y hasta le daba clases particulares de las materias que le resultaban difíciles. Pero todo eso parecía ser en vano, porque ella jamás le dedicó más que una sonrisa de sincera amistad. Y él no quería ser su amigo. Se moría de ganas de besarla, y permanecer a su lado para cuidarla y hacerla feliz. No tenía malas intenciones, y jamás haría algo para herirla. Pero nada podía modificar su situación actual, y mucho menos ahora que la había visto besando a otra mujer. ¿Era eso? ¿Acaso Stephanie siempre había sido lesbiana, y él no lo notó?
     Lleno de dudas, sintió la necesidad de sentarse y ahogar sus penas en el escozor de sus ojos. No quería dar un espectáculo en medio de un parque lleno de niños jugando, y parejas felices besuqueándose, por lo que decidió entrar a un bar y pedir un café negro. No era muy amante de la cafeína, pero fue lo primero que se le vino a la cabeza. No estaba de humor para comenzar a beber alcohol tan temprano, y eso era medianamente sano. Una vez que le trajeron su encargo, se tapó el rostro y comenzó a llorar. Desesperación, ira, tristeza. Eso sentía. No comprendía en qué momento se había enamorado tanto para que le duela de esta manera. Tenía un hueco en el estómago que no lo dejaba respirar, y la vista se le nublaba. ¿Por qué debía sufrir así? ¿Qué había hecho él para merecer tan brutal castigo? Jamás le deseo ni le desearía a nadie eso que estaba atravesando. Sufrir por amor era una tontería para muchos, pero cuando lo vives en carne propia… notas que no es nada tonto.
     Poco a poco el llanto paró y los espasmos de detuvieron. Oyó a lo lejos una voz. Por algún motivo sentía que era a él a quien hablaban. Cuando levantó el rostro había un chico que le palmeaba la espalda con gesto preocupado.
     —Me llamo Mateo ¿Te sientes bien? ¿Qué pasa?— le decía, pero no llegaba a comprender del todo la situación. No hasta que el muchacho se sentó frente a él, y le preguntó con toda la seriedad del mundo qué era lo que le afligía.
     Lo observó detenidamente, y se sintió sincero. Inhaló aire, y le comentó que la persona que amaba estaba con alguien más. El otro lo meditó un instante, y con una triste media sonrisa le dijo:
     —Vamos, anímate. Hay muchas otras personas en el mundo dispuestas a amar y ser amadas.
     Un ápice de curiosidad lo envolvió, y se detuvo minuciosamente en sus facciones. «Su cabello es como el mío—pensó— pero sus ojos son de color… oscuro, más no es castaño ni negro. Aun así parecen dos bellas gemas, como piedras luminosas. ¡Claro, y las piedras son…!»
     —Grises.
     —¿Disculpa?
     —Tus ojos son grises.
     —Sí, desde que tengo memoria.—Esbozó una sonrisa como de ciento veinte kilovoltios que sonrojó a Nicolás.
     «¿Quién posee una joya tan linda como esa en el rostro?» se preguntó, dando un sorbo a su ya helado café.
     Conversaron durante aproximadamente una hora. Mateo le confesó que recientemente también tuvo una desventura amorosa, pero que supo sobrellevarlo luego de que su hermana le hizo comprender que si no lo amaban no podía obligar a nadie a que lo hicieran. Sonrió plácidamente mientras revolvía la Lágrima que había pedido un tiempo atrás.
     —Estoy seguro de que el hilo rojo del destino es extenso, pero que sabe guiarme hacia dónde está mi verdadero amor. Por eso estoy aquí…
     Bruscamente, Nicolás sacó cinco pesos de su bolsillo, y los dejó sobre la mesa, como propina para el mozo. Se despidió de Mateo algo abrumado por lo recientemente dicho, y le agradeció con un simple «Gracias». Se encaminó a la salida rápidamente, pero en la puerta del lugar sintió que le tocaban el hombro, y se dio la vuelta para ver quién era.
     —Solo quiero decirte que… puedes solventar conmigo cualquier problema.—Le tomó la mano, y dejó en ella un papel. Cuando Nicolás desvió su mirada cerúlea hacia el pedazo de hoja que llevaba números escritos con una bonita caligrafía, Mateo lo tomó de la cintura y le alzó la barbilla, dándole un casto pero exquisito beso. Al desunirlo, lo miró divertido, pidiéndole con un gesto que lo llamara pronto, y echó a correr con una risa pícara en el rostro.

domingo, 10 de febrero de 2013

Lieben.

     Hola, después de tanto tiempo. No he estado de ánimo para sentarme a escribir, y me frustra el hecho de que falten dos semanas para que mis vacaciones culminen y solo haya leído cinco o seis libros. Pero voy a compensar eso, y en esta «semana del amor» (porque, para los que no lo saben, el catorce es San Valentín) estaré subiendo tres historias cortas, enlazadas una con otra. La primera la publicaré hoy, a continuación de esta presentación.
     Las restanted van a tener el mismo título de entrada: «Lieben» porque, como ya dije, están sumamente relacionadas (ya se dará cuenta el por qué de tan estrecha relación). La diferencia será el tipo de amor del que tratará cada historia.. Este primer relato tendrá como protagonistas de la historia de amor a dos mujeres. El próximo, a dos hombres. Y el último, a un hombre y a una mujer.
     No estoy segura de qué días estaré publicando los próximos, pero sí será en esta semana, y probablemente el último será publicado el sábado.
     Yo no soy muy amante de ese famoso día de los enamorados, pero algo tenía que hacer para compensar mi ausencia. Espero que lo disfruten.

_____________________________________________________________
Lieben: Como antes.


     —¿Y no podemos estar juntas?- interrogó una pequeña niña de cabellos rojizos. Sus ojos verdes brillaban por las lágrimas.
     —No.
     —¿Por qué?
      La joven de catorce años, de hebras azabaches y fanales castaños se dio la vuelta, dirigiéndole su atención completamente.
     —Porque eres muy pequeña. Ya crecerás y lo entenderás.
     
     Y vaya que lo había hecho, pensó Ángel al llegar a la casa de su mejor amiga de la infancia. Después de haber vuelto del extranjero se encaminó allí directamente. Se sorprendió de sobremanera al hallar a la hermana de su brillante compañera de bachillerato tan...

      «Preciosa», gritó en su fuero interno.
      Permanecía sentada en una banqueta alta, recostada sobre la mesada de la cocina. Dormía profundamente, podía notarlo por su respiración lenta y pausada, y su boca entreabierta.
     —Ignórala. Anoche salió de juerga. Llegó, tomó un vaso de jugo y quedó allí mismo—era Diana quien le hablaba, la Barbie de la secundaria, por quien todos los muchachos babeaban. Sus ojos celeste cielo y cabellera dorada natural no hacía, hoy por hoy, más que dar a entender al mundo que era una modelo de pasarela que pronto conmocionaría todas las revistas de moda—. En un rato vendrá un amigo suyo, así que lo mejor sería que se levante.
     La morena abrió la boca para decir algo, y la volvió a cerrar al darse cuenta de que la «bella durmiente» despertaba con lentitud. Abrió despacio sus grandes orbes esmeraldas, y miró a las dos mujeres que la observaban con seriedad. Les dedicó una sonrisa bobalicona, y luego se sonrojó furiosamente. Al parecer, al desviar la vista hasta donde estaba Ángel la había invadido la vergüenza. Ella se dio cuenta de esto, y sonrió con suficiencia. No, no la había olvidado.
     —Tanto tiempo, Stephanie. Es un gusto poder volver a verte—se aproximó hacia ella con elegancia, le tomó la mano y la besó débilmente. Su rostro competía con el color de su cabello.
     —¿La recuerdas?— habló su hermana, algo distante—. Era mi compañera de instituto.
     —Sí, sí. Yo… Me acuerdo—bajó el rostro, aunque fuera imposible, cada vez parecía que tomaba más color—. Disculpen, iré a mi cuarto.—Salió corriendo, dejando atónita a su hermana, y con una media sonrisa a Ángel.
     —No hace falta que lo repita, pero ignórala. No sé qué le sucederá.
     —No, yo tampoco…


     En ese instante, golpearon la puerta de la casa rápidamente. Diana se acercó a ella en silencio, y la abrió con lentitud. Al instante se dejó ver un muchacho alto, de cabellos dorados y ojos azules intensos. Tenía una sonrisa tímida, y se frotaba las manos con ansiedad.

     —Pasa Nicolás, ella está en su cuarto.
     —Con permiso.—El joven se adentró en la vivienda, y se detuvo para saludar a Ángel. Luego siguió su camino hasta el fondo del pasillo.

     Al poco rato ambos adolescentes estaban en la mesa de la cocina con dos cuadernos y varias fotocopias desperdigadas por doquier. Ángel los observaba con indiferencia, pero por dentro la sangre le hervía. Las miradas indiscretas de él pasaban desapercibidas únicamente para Stephanie, quien solo atinaba a sonreír de costado por su falta de manejo con un idioma extranjero.

     —Angy, ¿me oyes? Dije que me esperes un momento, iré a comprar algo para acompañar el café. Te diría que me acompañes, pero por más dulce que Nicolás sea no me atrevo a dejarlo solos.
     —Sí, sí. Ve tranquila. Yo vigilo a estos dos.
     —De acuerdo. Voy y vengo.

     Diana salió de la casa, y Stephanie miró a su amigo, intentando comprender algo de lo que estaba explicándole. Y, si bien muchas de sus dudas fueron aclaradas, seguía sin comprender gran parte del contenido.
     Elevó la vista, y sus ojos se cruzaron con los de aquella mujer de la que años antes había estado tan enamorada. La observaba fijo, y por poco no le daba miedo. Sin embargo, por un momento vio atravesar un destello luminoso por esos fríos y embriagantes ojos.

     La de mayor edad la levantó un poco hasta su altura, casi cargándola para hacer puntapié. Sintió cómo su cuello era rodeado por dos manos pequeñas y sonrió. A veces las películas melosas hacían estragos en la mente de los niños. Pero no pudo quejarse, ni burlarse de ella. Sus rostros estaban demasiado cerca, y si bien le daba algo de culpa besar a una niña, no podía ir en contra de sus sentimientos y deseos.
     Colocó los labios justo encima de su húmeda boca. Era tan tersa, tan deliciosa que por un momento deseó profundizar la caricia. Pero ya sería demasiado, así que solo se limitó a aferrarla más contra sí, y morder con suavidad el labio inferior.
     Se separaron, sonrosadas, y se dedicaron una tímida sonrisa. Ambas sabían hasta dónde podían llegar. Tenían tiempos, aunque el amor pareciese querer apurarlas.

     —Bien Tef, creo que es todo por hoy, ¿te parece?
     —Sí, sí. Junta tus cosas, ahora voy al baño y vuelvo a ayudarte.

     Se puso de pie con la misma galantería que su hermana, y en unos segundos ya se encontraba allí. No fue capaz de percibir los pasos de Ángel detrás de ella, y fue por eso que se sorprendió cuando una mano detuvo la puerta para que no se cerrase.

     —¿Qué haces aquí?-soltó la pelirroja con veneno en las palabras.
     —Creí que te sería ameno charlar un rato conmigo.
     —Pues estabas equivocada. No tenemos nada sobre lo que conversar.
     —¿Qué te parece si hablamos de… lo enamoradas que estamos?
     —No hables en presente. Eso fue hace mucho tiempo, yo era una niña tonta.
     —Sigues siéndolo.
     —¡Basta! No te creas alguien importante como para tratarme así. Me gustabas, pero… te fuiste. Te alejaste de mí, y te marchaste a España sin siquiera decirme adiós, o hasta cuándo te quedarías allí. No tienes una idea de lo que me dolió que hicieras eso.
     —Era lo mejor que podía hacer. Conociéndote, no hubieras reaccionado demasiado bien si venía a decirte que me iba a estudiar a otro país.
     —Tal vez no, pero… Hubiera sido lo más sincero. Y menos doloroso.
     —¿Qué te parece si iniciamos de cero? Ahora tienes edad suficiente para que te haga lo que guste…
     —No me parece una buena idea. Antes no lo entendía, pero somos dos mujeres. No está muy bien visto eso.
     —Estamos en Argentina, por favor. Déjame decirte que desde que aprobaron la ley, la sociedad tiene otra perspectiva sobre nosotros los homosexuales.
     —Yo no soy homosexual.
     —¿No? ¿Eres capaz de decir eso luego de que te bese?
     —Por favor, Ángel, no…

     La de cabellos azabaches levantó el mentón de la más pequeña con solo una mano, dejándola extasiada por la intensidad de sus ojos. Se acercó tortuosamente a ella y se besaron, completamente embelesadas. Tanto así que no notaron cómo unos bellísimos ojos azules como el lapislázuli las observaban con aturdimiento, y luego se alejaban de allí dando largas zancadas. Cuando volvieron a la sala de estar, Nicolás ya no estaba.