miércoles, 17 de julio de 2013

Café.

     Hacía frío, pero ella sudaba. Estaban frente a frente, y solo los dividía un mesa y dos tazas de café. Aún no habían emitido ninguna palabra, aun así se observaban con escrutinio. Era como decirse con la mirada «¡hey, tanto tiempo! Estás más cambiadx de lo que esperaba». Pero no eran comentarios que estuviera bien pronunciar.
     Al  fin él, impaciente como de costumbre, se animó a romper el silencio.
     —¿Y bien? Vos fuiste la que me citó. ¿De qué querías hablar?
     —¿Ni siquiera te lo imaginás? Creí que me conocías lo sufi...
     —Al grano.
     —De acuerdo. Quiero que escuches todo lo que tengo para decirte.Tal vez no tenga respuestas, tampoco sé si quiero oírlas, pero necesito que estés al tanto de todos los conflictos que dejaste rondando en mi mente. También, el por qué tu partida me destrozó tanto.
     —¿Otra vez con tus ganas de llamar la atención?— Ella se encogió en su asiento, y él se acomodó sobre el suyo, estirando sus largas piernas lo que más podía—. Di lo que tengas que decir, y luego me voy.
     —Bien. Haz las interrupciones que creas pertinentes. Conocés lo suficiente de mí como para saber que siempre fui una persona bastante solitaria.
     —Porque así lo querías, ajhá.
     —Eso no era pertinente.
     —Sí para mí.
     —En fin. Por esa misma razón, también deberías estar enterado de que yo no sabía lo que era el sentimiento de amistad hasta que apareciste en mi vida. Fuiste el primero en considerarme una persona brillante, valerosa, y digna de conocer. Con vos me sentía segura, tranquila, acompañada. En parte, me parece que es porque así lo quisiste. Cuando te descubrí, vía Internet, me pareció casi estúpido que despertara en otro chico esa... protección de la que hablabas. Porque así me decías, «protegida especial». Y no solo eso. Me defendías, me consolabas. ¡Y no buscabas nada a cambio! Yo era, por ese entonces, aun más estúpida de lo que soy ahora. ¿Qué significa? Que no valoraba todo lo que debía valorar. Porque, si bien sabía lo que representabas para mí, no lo tenía presente. Porque no estaba dentro de mis planes perderte. Jamás había sucedido, y desconocía cómo hacer para que no pase. Tampoco sabía que era tan doloroso.
     Se hizo un silencio incomodísimo.
     —No tengo nada para agregar, si era lo que esperabas.
     —Sí, eso estaba haciendo.—Suspiró—. Bien. Con respecto a mis escenas de celos...— Él rió, provocando en ella una leve media sonrisa—. Esas eran una autodefensa. Me sentía desprotegida, o desplazada, y reaccionaba así. Insisto, era aún muy estúpida. Mis formas de actuar no eran las correctas. Pido disculpas por eso. Ahora, a lo más reciente. Recordarás mi castigo, el de las vacaciones.
     —Seh.
     —Bueno. Cuando estaba por concluir, mi padre, que al parecer notó el estado de desesperación en el que me encontraba, me dio a elegir lo que quería: mi celular, o una reunión con mis amigos. Imaginate cuánto los necesitaba. Mi viejo los conocía a todos, y me atrevo a decir que le caían bien. Entonces, sin dudarlo un poco, los elegí a ustedes. Qué tonta fui. Esa noche, soñé que te abrazaba.—Dejó caer una lágrima, a lo que el otro largó todo el aire que tenía guardado—. Recuerdo que inventaron las mil y una excusas, y no vinieron. Me dolió mucho de su parte, pero de vos... Fue terrible. Podría leerte fragmentos de esos días, pues está todo documentado... Pero no. Cuando volví, me trataste con una indiferencia que me asustó, y que no estaba preparada para recibir. No solo volvía a hablar con gente luego de tanto encierro, sino que cambiaba de turno y de modalidad en el colegio. Y sin gente conocida a mi alrededor, era una tortura. Entonces, te fuiste disolviendo hasta  que desapareciste. No sé si dejé de importarte, si te enojaste o si nunca me correspondiste como decías y solo era una distracción hasta que conocieras a tu media naranja. Solo sé que fue terriblemente agónico. Nunca había estado tan a la deriva, porque antes de ustedes, nunca había habido nadie. Pero hicieron que me acostumbre tanto al afecto y a la compañía... Que no solo hiciste que conozca la amistad, sino que también me diste una pequeña lección sobre la soledad—calló, y no se atrevió a mirarlo. Solo notaba su cabeza baja, observando el café—. Es por eso que quería hablar hoy con vos. Para que comprendas cómo tus decisiones me afectaron. Para que sepas que fuiste mi primer mejor amigo. No sé si habrás cumplido con todas mis expectativas, porque no tenía ninguna, pero sí puedo asegurar que te busqué en otras personas... y nunca llegaste. Tal vez sea bueno, pero lo precisaba. En este momento también me animo a decir que te extraño. Así como lo dije cuando te envié el mensaje, el día de mi fiesta de quince. Sé que te acordás, porque sé que lo leíste, por más que no lo hayas respondido. Por ahora solo quiero que sepas eso, y seas consciente de que me hiciste madurar muchísimo; que me encantaría ser la madrina de Alma Selena, Alma Azul, o Alma Valentina, pero que no estoy segura de ser tan buena persona como para abrirte los brazos nuevamente. Solo quiero comprender por qué esa desaparición. ¿Cómo es que la gente deja de querer de un día para el otro? Si un tiempo antes jurabas por las estrellas que sería tu mejor amiga por siempre.
     Él se levantó rápidamente, dejando dinero sobre la mesa, y se marchó. La dejó atónita. Las dejó atónitas. A las tres, que reunieron todo el valor que pudieron para poder sincerarse,  liberarse. Incluso a mí, que compartí con él tan poco, me encantaría conocer los motivos de ese desprecio. Pero lo más probable es que nos extingamos con la duda.