jueves, 28 de mayo de 2020

Buenas noches Rey Sol

Rubius era el gato más mala onda de todos. Y además tenía mucha mala suerte. Lo adopté con 45 días y un hongo en la cola que odiaba que se lo queramos curar. Yo no estaba en mi casa la noche que lo trajeron y por eso mi hermano le puso el nombre. Como era muy parecido a Wilson, el gato del Rubius. Me pareció hasta lindo entonces le quedó así.
Cuando tenía seis meses me mudé a un monoambiente y mi mamá no me dejó llevármelo porque, y cito literalmente: "pobre animal, te va a tener que soportar entre cuatro paredes". Pero un día lo intoxicó con una pipeta que no era para su peso, y después de una corrida al veterinario aproveché y me lo llevé escondido en un bolso. Ahí fue que lo hice tan malcriado, inevitablemente. Yo llegaba de trabajar a las siete de la mañana y él se despertaba a ronronearme mientras me quejaba en voz alta. Me pedía comida con un maullido corto, que yo servía sin dejar dejar de hablarle. Al acostarme se me tiraba encima, y caíamos ambos en un sueño pesado hasta que alguno tenía el hambre suficiente para volver a levantarse. Se enojaba si no pasaba mucho tiempo en casa y era celoso de cualquiera que se me acercara demasiado. Le gustaba dormir sobre mis apuntes del CBC, y era una bolita rubia-anaranjada en medio de un desastre de textos de Antropologia.
Cuando volvió a la casa de mi mamá, él antes que yo, tuvo que acostumbrarse de nuevo a convivir con más gente y le costó. Nunca le dejaron de costar los cambios, pero a nuestro alrededor se daban con frecuencia e intempestivamente.
En uno de los peores momentos de mi vida, se enfermó. Me levanté a las siete de la mañana durante un mes para caminar veinte cuadras hasta la veterinaria, con él a upa. Casi se muere y bajó de peso excesivamente. No dormí no sé cuántas noches porque lloraba de dolor y me ronroneaba cuando lo iba a acariciar. Pero varias internaciones y una operación después, mejoró; y por primera vez en tres años se me subió encima y me amasó con sus patitas. Después de eso no dejó de hacerlo nunca.
Cuando llegó Mushu lo aceptó tan rápido que me sorprendió. Mushu es todo lo contrario a Rubius, es un felino enorme, amistoso y cariñoso, y aún así se llevaban muy bien. Dormían juntos y se peleaban a las tres de la mañana sobre mi cama. Se lamían entre ellos y se defendían de los gatos del barrio.
De todas formas nunca dejó de ser odioso y malhumorado. Solo se dejaba alzar por mí, y solo dormía conmigo. Cuando no estaba se acercaba despacito hasta la orilla de la cama de mi mamá y se acomodaba ahí. Durante las tardes de primavera dormía la siesta en el patio, abajo del sol. Me gustaba decirle Rey Sol, por el color doradito de su pelo y su arrogancia francesa.
Le gustaba cazar mariposas. Me las traía aleteando, moribundas, y me las dejaba a los pies mientras yo estudiaba en el comedor. La última semana me trajo un pájaro. Creo que lo asusté, porque lo obligué a soltar al ave y lo reprendí. Después me terminé retractando, porque se paró en la ventana y estuvo mirándome feo un buen rato. Cuando yo cedí, él también cedió.
Dicen que las mascotas se parecen a sus dueños, y yo veía reflejado en él cada uno de mis defectos. Pero lo amaba un montón así como era; y a pesar de todos mis errores y malas conductas, en todas mis noches amargas él se sentó al lado mío mientras yo lloraba. Perderlo después de seis años juntos, cuando había imaginado que lo iba a ver envejecer, duele tanto que no lo puedo describir. Siento que cada vez voy perdiendo más de mí y que no me puedo recuperar. Que todo lo aguanto menos y ante cualquier malestar repentino soy un mar de lágrimas y angustia.
Lo que menos necesitaba era perderte, y lo que más me hubiese gustado era despertarme una noche y tenerte en mis pies, sentarme somnolienta y acomodarte bajo el acolchado. Y susurrarte: Buenas noches, mi Rey Sol, para luego seguir durmiendo tranquila.