martes, 11 de febrero de 2020

Flotar

No me cuesta volver a la oscuridad. De hecho me resulta tan fácil que no estoy segura de que no seamos una entidad única. A veces siento que pertenezco allí, que soy parte de ella, que no importa de cuantos colores quiera pintar mi vida, de nuevo todo se va a llenar de sombras.
En ocasiones divago sobre mis momentos de lucidez. Parece que estoy allí, mirando el cielo en una noche tan clara, perdida en mis sentidos vulgares y riendo como si todo fuera gracioso. Pero la verdad es que esa no soy yo. Y escucho una voz en mi mente que me lo recuerda, me hace saber que estoy fingiendo, y que detrás de toda aquella escena que monté estoy realmente: desnuda, derritiéndome en tonos azules que se confunden con la opacidad de mi alrededor.
No quiero ser esa, pero siempre vuelvo.
Llorando cada lágrima de tinta negra que me ensucia, con los fantasmas que me acompañan desde siempre (¿siempre estuvieron ahí?) y me dan vueltas porque les divierte verme borrándome después de pretender ser lo que no soy, y que jamás seré.
Me gusta decir que soy esa misma, pero más fuerte, cuando en realidad soy frágil como el cristal de una copa antiquísima. Pero no soy vieja. Aunque mi alma temblequee como la de una anciana, recupero luz cuando vuelvo a configurarme. Y otra vez estoy allí, envuelta en un mar calmo, respirando agua salada, creyendo que puedo flotar una eternidad.
Pero la oscuridad está ahí, me acecha, se funde conmigo y me absorbe. Y a mí que no me cuesta nada...