domingo, 21 de abril de 2013

Especial.


-Bésame-pidió en un susurro, y él le correspondió.
     Sus labios se sentían magníficamente suaves. Sabían dulces, y estaban fríos. Ella lo abrazó. Rodeó su cuello con delicadeza, y lo pegó contra él todo lo que pudo. Perdía todo el raciocinio que poseía estando con él. Profundizó el beso, ansiosa, sintiendo cómo las manos de él acariciaban su cintura. La sostenía, y no solo eso, la elevaba. Todo a su alrededor se desvanecía, y conseguía sentir a todas las estrellas del Universo en su estómago.
     Pero él se separó, y todo cayó. Le dedicó una media sonrisa, y se marchó. Entonces, comprendió lo que acababa de suceder. Se sentó en el banco de la plaza, y miró el libro que llevaba entre las manos. Estaba destruida  sabía muy bien lo que era y lo que no. Amar, estar a junto a la persona que la enloquecía era una maldita bendición. Principalmente porque en el fondo entendía que ella no era lo que él necesitaba, o lo que quería. Era... solo lo que deseaba de momento. Había visto cómo se comportaba en frente de otras niñas, y no era muy diferente.
     Comenzó a llorar, dándose asco. ¡Le quería muchísimo, y no valoraba eso! No era la persona adecuada, ni mucho menos. Pero era la que había escogido, y la que (casi siempre) la hacía sentir feliz. ¿Cómo evitarlo? El dulce veneno y el amargo azúcar que corrían por sus venas la volvían loca. Y él solo... reía. Disfrutaba su contacto, pero nada más. Del cuerpo para adentro solo había un vacío.
     Nada había sido tan dulce y agrio hasta ese momento. Los sentimientos que necesitaba expulsar solo eran contenidos por una hoja de cristal. La luz de la luna jamás fue tan opaca como en ese momento, pero la hacía sentir un poco más triste. Un poco más sensible, más frágil, más ingenua y menos especial.

sábado, 6 de abril de 2013

Frío.

     Él lloraba. Sus lágrimas caían sobre el cuerpo blanco que yacía debajo, inmóvil. Los espasmos del dolor que seguramente sentía le hacían levantar y bajar los hombros de manera discontinua.
Estaban en medio de la nieve. El cuerpo inerte solo tenía puesto una camisa. Su piel parecía de mármol: gélida, pálida. Y sus labios eran rosados, contrastando perfectamente. El cabello castaño solo lograba embellecerlo aún más. Era hermoso, parecía una escultura.
     Me acerqué para ver mejor la escena. Me encantaría fotografiarlo, la posición de ambos, y el panorama son exquisitos. Pero el otro sujeto se ve demasiado angustiado como para permitir tal cosa, o si quiera dejar de llorar.
     Al estar a solo centímetros, los pasos se me hacen pesados, por la abrupta cantidad de nieve. Busqué la cámara en el bolso, pero no llevaba ninguno de los dos. Eso es extraño, jamás me alejo de ellos. Le di vuelta mil veces a la escena, y no había nada fuera de lo normal. Él lo besaba, como si lo hubiera perdido. Y gritaba como si estuvieran arrancándole el corazón con las manos. Se veían preciosos juntos. Chasqueé la lengua, maldiciéndome internamente por no llevar la cámara conmigo.
Me arrodillé junto a ellos, y acaricié la hermosa piel que poseía quien no abría los ojos. Temía que el otro me dijera algo, pero estaba demasiado entretenido llorando sobre su pecho.
     Entonces, comencé a sentirme levemente mareado. El aire a mi alrededor se hacía denso, y me pesaba la cabeza. Una deliciosa agonía lograba que me regocije de puro dolor. Mi voz no salía, y solo echaba el cuerpo hacia adelante, intentando que algo deje de dolor. Un leve escozor comenzó a subir desde la punta de mis pies, y me iba consumiendo. Cerré los ojos con fuerza, notando que la sensación iba subiendo, y ahora me llegaba al abdomen. Oí a lo lejos un alarido, y el cuello ardía. Entreabrí los ojos al no sentir más los labios, y justo antes de desvanecerme, vi cómo el hombre que descansaba tranquilamente en la nieve, soltaba una cámara.

jueves, 4 de abril de 2013

A.D.V.

     Caminé lentamente hacia aquel cristal que a penas se divisa entre los rayos de luna. El cuarto pequeño, sin puertas, parece achicarse cada vez más. La ventana que da paso al resplandor falso de la luna está muy alta. Demasiado, y aún más para mí. Eché un suspiro. Siempre detesté mi estatura, aunque nunca la aborrecí. Rolé los ojos hasta hallar mi principal objetivo y, de pronto, estaba frente a mí. Lo pude apreciar de cerca: era un espejo con bordes oxidados, que le daban un aspecto encantadoramente melancólico. Me observé en él y solté una exclamación ahogada. ¿Qué era eso?
En el cristal no aparecía mi reflejo, sólo había una llamarada oscura, como la magia negra que arde en el interior de un corazón siniestro. Pero yo no soy malvada... ¿o sí?
    Solté una lágrima, y la figura cambió. Pude contemplarme a mí misma cuando tenía... ¿siete años? Sí, tal vez. Llevaba un sueter de lana verde, una falda gris y zapatos negros. El cabello atado en una coleta baja, enmarañado como de costumbre. Los labios estaban secos, rotos, y los ojos tristes.
     —¿Por qué estás así?—me animé a preguntar.
     —Lo hicieron de nuevo...—sollozó el reflejo—, me volvieron a acusar de algo que no hice. ¡Yo jamás les haría daño! Ni robaría nada...
     —Lo sé—dije con consuelo—. No los escuches. No los mereces.
     —Pero estoy sola.
     —Debe dolerte ¿verdad?
Ella esbozó una sonrisa.
    —No más que a ti.
     La imagen volvió a borronearse, y esta vez parecía tener once años. Usaba una remera blanca de cuello rojo y un feo gato en el centro que sostenía una bandera, cuya descripción decía «egresados». El pelo suelto, con un despeinado y corto flequillo sobre la frente. Sus ojos estaban húmedos, y en las espesas pestañas habitaban gotas de agua, como cristales.
     —Y a ti... ¿qué te sucede?
     —Pasó otra vez.
     —¿Lo qué?
     —Me arruinaron un evento importante. Mi despedida de la primaria... Se pusieron a pelear frente a todos.
     —No fue para hacerte daño a ti, sino entre ellos.
     —Lo sé, y eso es lo que más duele. No les importo.
     —No digas eso, ¡claro que les importas!
     —¡No me mientas! Él nunca está, y ella siempre amenaza con irse... Ninguno me quiere.
     —¿Eso te hace sufrir? ¿que no te quieran?
     —A mí sí. A ti te hiere que no signifiques nada en sus vidas—esbozó una media sonrisa y se desintegró.
     Otra imagen apareció allí. Doce años. Llevaba un jumper gris por sobre las rodillas, sus gestos se veían más femeninos, el cabello peinado al costado. Pero... Había algo en su rostro que no debía estar. Un golpe, una cicatriz con un mal intento de maquillaje cubertor sobre ella.
     —¿Y tú...?
     —Me lastimó. Nunca había ido tan lejos, me dejó marcas...
     —Estaba fuera de sus cabales, excúsala.
     —No puedo. Ella no me quiere. Soy el centro de su odio, me lo dice siempre. Pero al menos hay una flor nueva en el jardín.
     —Es bellísima ¿no?
     —Tiene un alma tan pura.
     —Aprovéchala, se irá en poco tiempo.
     —Lo sé, lo supuse. Todos me dejan. Y encima ella no me quiere...
     —¿Eso te lastima?
     —No...—Sonrió—. Eso te lastima a ti.
     Se devaneció. Ahora había otra imagen mía ahí. Más madura, a penasun poco más alta. El cabello descolorido, y los ojos llenos de furia. Vestía un short negro, botas de cuero y un top del mismo valor.
     —¡Pareces furiosa!
     —Lo estoy.
     —¿Qué pasa?
     —Ella de nuevo.
     —¿Qué hizo?
     —Me golpeó, ahora ya es constante. Pero lo hizo frente a todos, irascible como siempre, y me llevó donde no quería con ese apestoso intento de ser humano. Es impía.
     —Mejoraste tu léxico.
     —Crecí.
     —Lo sé. Eres más fuerte ahora, la ira te hace poderosa.
     —No, te equivocas. Me lastima, me hace malvada... Y la odio.
     —¡No odies! ¡Eso no es bueno para ti!
     —No, te equivocas... A mí me da igual, es a ti a quien hace mal.
     Se difuminó, y ahora me veía a sí misma, con 15 años alcanzados. Pero algo no estaba bien... Tenía los ojos rojos, hinchados por el llanto y respiraba agitadamente. Estaba desesperada y revolvía sus cabellos con preocupación.
     —¿Qué te sucede?
     —Ellas. Todas ellas, a quienes viste... ¡Son malas, son malvadas!
     —¿Qué dices? ¡Claro que no!
     —Sí...—susurró, nerviosa—. Ellas te... Ellas te...—La imagen se borraba de a poco—. ¡Es por culpa de ellas que eres quien eres ahora! Por su culpa sufres... Sus pasos te arrastraron hasta que tus sentimientos se tranformaron en los que experimento en este momento.
     —Y... ¿cómo son? No puedo identificarlos... ¿cómo estoy?
     Mi reflejo sonrió retorcidamente con lágrimas saladas descendiendo por sus mejillas morenas.
     —Tú, mi querida amiga...—Elevó la vista, castaño contra castaño—, estás sola. Y ya no le importas a nadie— Soltó una estruendosa carcajada, y desapareció, dejando el eco de su voz.
     ¿Estoy sola? Miré el vidrio de nuevo, ahora sí me reflejaba naturalmente. Pero ya no me reconocía... ¿En verdad eso soy? ¿Un ente que vaga entre palabras sin importancia? ¿Una adolescente que va de ficción en ficción para lograr sonreír? ¿En eso me convertí? ¿En una estúpida a la que nadie oye? No es culpa mía, me doman las decisiones del pasado.

miércoles, 3 de abril de 2013

Give your heart a break.

—No, Himeko. Basta—la detuve con mi voz, antes de que se le ocurriera dar un paso más—. Calladita y quieta. No vas a moverte ni un milímetro de ese cuadrado que dibujé.
»Y vos, Aika, más te vale detener esa vulgar imaginación tuya. Nos lleva al abismo.
 —¿Solo mía?-inquirió con la voz de zorra que la caracteriza—. La compartimos, cariño.
 —Sí—dije, casi perdiendo los estribos-. Pero soy yo quien pone... acá los límites. No vas a irte un poco más allá de esos cuatro cristales que construí para vos solita.
 —¿Qué? ¿Me vas a decir que no te gusta?
Callé al sentir a Himeko apoderarse de algunos poros de mi piel. Pero la sacudí en seguida, regresándola a su lugar.
 —Te gusta—afirmó Aika, y Himeko se ruborizó.
Será mejor encerrar a estas dos malditas bajo siete llaves. Pueden hacer estragos.