—No, Himeko. Basta—la detuve con mi voz, antes de que se le ocurriera dar un paso más—. Calladita y quieta. No vas a moverte ni un milímetro de ese cuadrado que dibujé.
»Y vos, Aika, más te vale detener esa vulgar imaginación tuya. Nos lleva al abismo.
—¿Solo mía?-inquirió con la voz de zorra que la caracteriza—. La compartimos, cariño.
—Sí—dije, casi perdiendo los estribos-. Pero soy yo quien pone... acá los límites. No vas a irte un poco más allá de esos cuatro cristales que construí para vos solita.
—¿Qué? ¿Me vas a decir que no te gusta?
Callé al sentir a Himeko apoderarse de algunos poros de mi piel. Pero la sacudí en seguida, regresándola a su lugar.
—Te gusta—afirmó Aika, y Himeko se ruborizó.
Será mejor encerrar a estas dos malditas bajo siete llaves. Pueden hacer estragos.
»Y vos, Aika, más te vale detener esa vulgar imaginación tuya. Nos lleva al abismo.
—¿Solo mía?-inquirió con la voz de zorra que la caracteriza—. La compartimos, cariño.
—Sí—dije, casi perdiendo los estribos-. Pero soy yo quien pone... acá los límites. No vas a irte un poco más allá de esos cuatro cristales que construí para vos solita.
—¿Qué? ¿Me vas a decir que no te gusta?
Callé al sentir a Himeko apoderarse de algunos poros de mi piel. Pero la sacudí en seguida, regresándola a su lugar.
—Te gusta—afirmó Aika, y Himeko se ruborizó.
Será mejor encerrar a estas dos malditas bajo siete llaves. Pueden hacer estragos.
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