jueves, 4 de abril de 2013

A.D.V.

     Caminé lentamente hacia aquel cristal que a penas se divisa entre los rayos de luna. El cuarto pequeño, sin puertas, parece achicarse cada vez más. La ventana que da paso al resplandor falso de la luna está muy alta. Demasiado, y aún más para mí. Eché un suspiro. Siempre detesté mi estatura, aunque nunca la aborrecí. Rolé los ojos hasta hallar mi principal objetivo y, de pronto, estaba frente a mí. Lo pude apreciar de cerca: era un espejo con bordes oxidados, que le daban un aspecto encantadoramente melancólico. Me observé en él y solté una exclamación ahogada. ¿Qué era eso?
En el cristal no aparecía mi reflejo, sólo había una llamarada oscura, como la magia negra que arde en el interior de un corazón siniestro. Pero yo no soy malvada... ¿o sí?
    Solté una lágrima, y la figura cambió. Pude contemplarme a mí misma cuando tenía... ¿siete años? Sí, tal vez. Llevaba un sueter de lana verde, una falda gris y zapatos negros. El cabello atado en una coleta baja, enmarañado como de costumbre. Los labios estaban secos, rotos, y los ojos tristes.
     —¿Por qué estás así?—me animé a preguntar.
     —Lo hicieron de nuevo...—sollozó el reflejo—, me volvieron a acusar de algo que no hice. ¡Yo jamás les haría daño! Ni robaría nada...
     —Lo sé—dije con consuelo—. No los escuches. No los mereces.
     —Pero estoy sola.
     —Debe dolerte ¿verdad?
Ella esbozó una sonrisa.
    —No más que a ti.
     La imagen volvió a borronearse, y esta vez parecía tener once años. Usaba una remera blanca de cuello rojo y un feo gato en el centro que sostenía una bandera, cuya descripción decía «egresados». El pelo suelto, con un despeinado y corto flequillo sobre la frente. Sus ojos estaban húmedos, y en las espesas pestañas habitaban gotas de agua, como cristales.
     —Y a ti... ¿qué te sucede?
     —Pasó otra vez.
     —¿Lo qué?
     —Me arruinaron un evento importante. Mi despedida de la primaria... Se pusieron a pelear frente a todos.
     —No fue para hacerte daño a ti, sino entre ellos.
     —Lo sé, y eso es lo que más duele. No les importo.
     —No digas eso, ¡claro que les importas!
     —¡No me mientas! Él nunca está, y ella siempre amenaza con irse... Ninguno me quiere.
     —¿Eso te hace sufrir? ¿que no te quieran?
     —A mí sí. A ti te hiere que no signifiques nada en sus vidas—esbozó una media sonrisa y se desintegró.
     Otra imagen apareció allí. Doce años. Llevaba un jumper gris por sobre las rodillas, sus gestos se veían más femeninos, el cabello peinado al costado. Pero... Había algo en su rostro que no debía estar. Un golpe, una cicatriz con un mal intento de maquillaje cubertor sobre ella.
     —¿Y tú...?
     —Me lastimó. Nunca había ido tan lejos, me dejó marcas...
     —Estaba fuera de sus cabales, excúsala.
     —No puedo. Ella no me quiere. Soy el centro de su odio, me lo dice siempre. Pero al menos hay una flor nueva en el jardín.
     —Es bellísima ¿no?
     —Tiene un alma tan pura.
     —Aprovéchala, se irá en poco tiempo.
     —Lo sé, lo supuse. Todos me dejan. Y encima ella no me quiere...
     —¿Eso te lastima?
     —No...—Sonrió—. Eso te lastima a ti.
     Se devaneció. Ahora había otra imagen mía ahí. Más madura, a penasun poco más alta. El cabello descolorido, y los ojos llenos de furia. Vestía un short negro, botas de cuero y un top del mismo valor.
     —¡Pareces furiosa!
     —Lo estoy.
     —¿Qué pasa?
     —Ella de nuevo.
     —¿Qué hizo?
     —Me golpeó, ahora ya es constante. Pero lo hizo frente a todos, irascible como siempre, y me llevó donde no quería con ese apestoso intento de ser humano. Es impía.
     —Mejoraste tu léxico.
     —Crecí.
     —Lo sé. Eres más fuerte ahora, la ira te hace poderosa.
     —No, te equivocas. Me lastima, me hace malvada... Y la odio.
     —¡No odies! ¡Eso no es bueno para ti!
     —No, te equivocas... A mí me da igual, es a ti a quien hace mal.
     Se difuminó, y ahora me veía a sí misma, con 15 años alcanzados. Pero algo no estaba bien... Tenía los ojos rojos, hinchados por el llanto y respiraba agitadamente. Estaba desesperada y revolvía sus cabellos con preocupación.
     —¿Qué te sucede?
     —Ellas. Todas ellas, a quienes viste... ¡Son malas, son malvadas!
     —¿Qué dices? ¡Claro que no!
     —Sí...—susurró, nerviosa—. Ellas te... Ellas te...—La imagen se borraba de a poco—. ¡Es por culpa de ellas que eres quien eres ahora! Por su culpa sufres... Sus pasos te arrastraron hasta que tus sentimientos se tranformaron en los que experimento en este momento.
     —Y... ¿cómo son? No puedo identificarlos... ¿cómo estoy?
     Mi reflejo sonrió retorcidamente con lágrimas saladas descendiendo por sus mejillas morenas.
     —Tú, mi querida amiga...—Elevó la vista, castaño contra castaño—, estás sola. Y ya no le importas a nadie— Soltó una estruendosa carcajada, y desapareció, dejando el eco de su voz.
     ¿Estoy sola? Miré el vidrio de nuevo, ahora sí me reflejaba naturalmente. Pero ya no me reconocía... ¿En verdad eso soy? ¿Un ente que vaga entre palabras sin importancia? ¿Una adolescente que va de ficción en ficción para lograr sonreír? ¿En eso me convertí? ¿En una estúpida a la que nadie oye? No es culpa mía, me doman las decisiones del pasado.

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