Hola, después de tanto tiempo. No he estado de ánimo para sentarme a escribir, y me frustra el hecho de que falten dos semanas para que mis vacaciones culminen y solo haya leído cinco o seis libros. Pero voy a compensar eso, y en esta «semana del amor» (porque, para los que no lo saben, el catorce es San Valentín) estaré subiendo tres historias cortas, enlazadas una con otra. La primera la publicaré hoy, a continuación de esta presentación.
Las restanted van a tener el mismo título de entrada: «Lieben» porque, como ya dije, están sumamente relacionadas (ya se dará cuenta el por qué de tan estrecha relación). La diferencia será el tipo de amor del que tratará cada historia.. Este primer relato tendrá como protagonistas de la historia de amor a dos mujeres. El próximo, a dos hombres. Y el último, a un hombre y a una mujer.
No estoy segura de qué días estaré publicando los próximos, pero sí será en esta semana, y probablemente el último será publicado el sábado.
Yo no soy muy amante de ese famoso día de los enamorados, pero algo tenía que hacer para compensar mi ausencia. Espero que lo disfruten.
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Lieben: Como antes.
—¿Y no podemos estar
juntas?- interrogó una pequeña niña de cabellos rojizos. Sus ojos verdes
brillaban por las lágrimas.
—No.
—¿Por qué?
La joven de catorce años, de hebras
azabaches y fanales castaños se dio la vuelta, dirigiéndole su atención
completamente.
—Porque eres muy pequeña. Ya crecerás y lo
entenderás.
Y vaya que lo había hecho, pensó Ángel al
llegar a la casa de su mejor amiga de la infancia. Después de haber vuelto del
extranjero se encaminó allí directamente. Se sorprendió de sobremanera al
hallar a la hermana de su brillante compañera de bachillerato
tan...
«Preciosa»,
gritó en su fuero interno.
Permanecía sentada en una banqueta alta,
recostada sobre la mesada de la cocina. Dormía profundamente, podía notarlo por
su respiración lenta y pausada, y su boca entreabierta.
—Ignórala. Anoche salió de juerga. Llegó,
tomó un vaso de jugo y quedó allí mismo—era Diana quien le hablaba, la Barbie
de la secundaria, por quien todos los muchachos babeaban. Sus ojos celeste cielo
y cabellera dorada natural no hacía, hoy por hoy, más que dar a entender al
mundo que era una modelo de pasarela que pronto conmocionaría todas las revistas
de moda—. En un rato vendrá un amigo suyo, así que lo mejor sería que se
levante.
La morena abrió la boca para decir algo, y
la volvió a cerrar al darse cuenta de que la «bella durmiente» despertaba con
lentitud. Abrió despacio sus grandes orbes esmeraldas, y miró a las dos mujeres
que la observaban con seriedad. Les dedicó una sonrisa bobalicona, y luego se
sonrojó furiosamente. Al parecer, al desviar la vista hasta donde estaba Ángel
la había invadido la vergüenza. Ella se dio cuenta de esto, y sonrió con
suficiencia. No, no la había olvidado.
—Tanto tiempo, Stephanie. Es un gusto
poder volver a verte—se aproximó hacia ella con elegancia, le tomó la mano y la
besó débilmente. Su rostro competía con el color de su cabello.
—¿La recuerdas?— habló su
hermana, algo distante—. Era mi compañera de instituto.
—Sí, sí. Yo… Me acuerdo—bajó el rostro,
aunque fuera imposible, cada vez parecía que tomaba más color—. Disculpen, iré a mi
cuarto.—Salió corriendo, dejando atónita a su hermana, y con una media sonrisa
a Ángel.
—No hace falta que lo repita, pero
ignórala. No sé qué le sucederá.
—No, yo tampoco…
En ese instante, golpearon la puerta de la
casa rápidamente. Diana se acercó a ella en silencio, y la abrió con lentitud.
Al instante se dejó ver un muchacho alto, de cabellos dorados y ojos azules
intensos. Tenía una sonrisa tímida, y se frotaba las manos con ansiedad.
—Pasa Nicolás, ella está en su cuarto.
—Con permiso.—El joven se adentró en la
vivienda, y se detuvo para saludar a Ángel. Luego siguió su camino hasta el
fondo del pasillo.
Al poco rato ambos adolescentes estaban en
la mesa de la cocina con dos cuadernos y varias fotocopias desperdigadas por
doquier. Ángel los observaba con indiferencia, pero por dentro la sangre le
hervía. Las miradas indiscretas de él pasaban desapercibidas únicamente para
Stephanie, quien solo atinaba a sonreír de costado por su falta de manejo con
un idioma extranjero.
—Angy, ¿me oyes? Dije que me esperes un
momento, iré a comprar algo para acompañar el café. Te diría que me acompañes,
pero por más dulce que Nicolás sea no me atrevo a dejarlo solos.
—Sí, sí. Ve tranquila. Yo vigilo a estos
dos.
—De acuerdo. Voy y vengo.
Diana salió de la casa, y Stephanie miró a
su amigo, intentando comprender algo de lo que estaba explicándole. Y, si bien
muchas de sus dudas fueron aclaradas, seguía sin comprender gran parte del
contenido.
Elevó la vista, y sus ojos se cruzaron con
los de aquella mujer de la que años antes había estado tan enamorada. La
observaba fijo, y por poco no le daba miedo. Sin embargo, por un momento vio
atravesar un destello luminoso por esos fríos y embriagantes ojos.
La de mayor edad la levantó un poco hasta su
altura, casi cargándola para hacer puntapié. Sintió cómo su cuello era rodeado
por dos manos pequeñas y sonrió. A veces las películas melosas hacían estragos
en la mente de los niños. Pero no pudo quejarse, ni burlarse de ella. Sus
rostros estaban demasiado cerca, y si bien le daba algo de culpa besar a una
niña, no podía ir en contra de sus sentimientos y deseos.
Colocó los labios justo encima de su
húmeda boca. Era tan tersa, tan deliciosa que por un momento deseó profundizar
la caricia. Pero ya sería demasiado, así que solo se limitó a aferrarla más
contra sí, y morder con suavidad el labio inferior.
Se separaron, sonrosadas, y se dedicaron
una tímida sonrisa. Ambas sabían hasta dónde podían llegar. Tenían tiempos,
aunque el amor pareciese querer apurarlas.
—Bien Tef, creo que es todo por hoy, ¿te
parece?
—Sí, sí. Junta tus cosas, ahora voy al
baño y vuelvo a ayudarte.
Se puso de pie con la misma galantería que
su hermana, y en unos segundos ya se encontraba allí. No fue capaz de
percibir los pasos de Ángel detrás de ella, y fue por eso que se sorprendió
cuando una mano detuvo la puerta para que no se cerrase.
—¿Qué haces aquí?-soltó la pelirroja con
veneno en las palabras.
—Creí que te sería ameno charlar un rato
conmigo.
—Pues estabas equivocada. No tenemos nada
sobre lo que conversar.
—¿Qué te parece si hablamos de… lo
enamoradas que estamos?
—No hables en presente. Eso fue hace mucho
tiempo, yo era una niña tonta.
—Sigues siéndolo.
—¡Basta! No te creas alguien importante
como para tratarme así. Me gustabas, pero… te fuiste. Te alejaste de mí, y te
marchaste a España sin siquiera decirme adiós, o hasta cuándo te quedarías
allí. No tienes una idea de lo que me dolió que hicieras eso.
—Era lo mejor que podía hacer.
Conociéndote, no hubieras reaccionado demasiado bien si venía a decirte que me
iba a estudiar a otro país.
—Tal vez no, pero… Hubiera sido lo más
sincero. Y menos doloroso.
—¿Qué te parece si iniciamos de cero?
Ahora tienes edad suficiente para que te haga lo que guste…
—No me parece una buena idea. Antes no lo
entendía, pero somos dos mujeres. No está muy bien visto eso.
—Estamos en Argentina, por favor. Déjame
decirte que desde que aprobaron la ley, la sociedad tiene otra perspectiva
sobre nosotros los homosexuales.
—Yo no soy homosexual.
—¿No? ¿Eres capaz de decir eso luego de
que te bese?
—Por favor, Ángel, no…
La de
cabellos azabaches levantó el mentón de la más pequeña con solo una mano,
dejándola extasiada por la intensidad de sus ojos. Se acercó tortuosamente a
ella y se besaron, completamente embelesadas. Tanto así que no notaron cómo
unos bellísimos ojos azules como el lapislázuli las observaban con
aturdimiento, y luego se alejaban de allí dando largas zancadas. Cuando
volvieron a la sala de estar, Nicolás ya no estaba.