lunes, 18 de febrero de 2013

Lieben III


Lieben III: Proyecciones.

Mateo abrió intempestivamente la puerta de su casa. En el sofá del recibidor estaba Jazmín, su hermana de quince años. Su semblante era serio, casi preocupado, pero él estaba demasiado feliz como para notar ese tipo de detalles. ¡Estaba feliz! Ese chico que había encontrado unos momentos atrás era hermoso, y con un corazón frágil y noble. Solo esperaba que lo llamara.
     —¡Jazu! No sabes lo que tengo para contarte… ¡Conocí un chico!
     —Eso suena estupendo…—soltó sin un ápice de emoción en la voz—. ¿Dónde?
     —En… un bar. ¡Pero no es lo que imaginas! Tomamos un café, él parecía triste porque lo habían rechazado, o algo así.
     —Qué bueno. Mira, yo quería…
     —¡Y está para comérselo! Es rubio, como yo. Pero sus ojos son tan azules. Y tiene una piel tersa y delicada.
     —Suena encantador, pero yo quería comentarte que…
     —Y no sabes… ¡Lo besé! Fue hermoso, como de película. Lo seguí hasta la puerta del bar, le di mi número y lo besé.
     —No puedes ir besando a las personas por la vida. Pero también tengo que decirte…
     —Solo espero que considere llamarme.—Bajó la vista, y luego ubicó los ojos sobre su hermana, dándose cuenta de algo—. ¿Qué era lo que me ibas a decir?
     —Verás. ¿Recuerdas que el otro día te comenté que…?
     El celular de Mateo comenzó a sonar, y este le hizo una seña a Jazmín para que aguardara un momento. Luego de un instante, volvió a decirle que su madre quería que vaya a buscarla al trabajo, porque un hecho de inseguridad había acontecido allí hace unas horas y estaba asustada. Depositó un beso en su frente, y se marchó.
     Jazmín suspiró pesadamente y volvió a acomodarse en el sofá, sosteniéndose la cabeza con las manos. Luego se irguió, y pasó la mano por su cabello cenizo. «Al menos lo intenté» se consoló en silencio, y fue sobresaltada por unos toquidos en la puerta. Al abrirla, apareció un joven de estatura media, cabello azabache y ojos avellanados. Tenía una sonrisa tímida en el rostro, y al ver a Jazmín, la abrazó con fuerza.
     —Martín—susurró ella, desuniendo el abrazo—. No pude hablar con mi hermano. Tengo mucho miedo, él no va a aceptarte. ¡Te conté cómo es! Me cuida demasiado, además ya sabes, él es bastante conservador y tiene una mirada crítica con las mujeres. Que tenga un novio a los quince años no le hará ninguna gracia. Y yo ya te lo dije, si no nos acepta… no podré mantener esta relación por mucho que te esté amando.
     Él apretó su mano, y le dijo con voz conciliadora que todo estaría bien, que si se tenían el uno al otro podrían afrontar cualquier cosa, incluso a su sobreprotector hermano. Pero ante la mirada insegura de ella, agregó algo molesto:
     —Va siendo tiempo que acepte ciertas cosas. Es el siglo XXI, no puede prohibirte que tengas un novio si así lo deseas. No somos unos niños. Nos conocemos desde hace mucho tiempo, e incluso sabe quién soy y le agrado. No sé por qué las cosas deberían cambiar si le decimos que soy tu pareja.
     Jazmín comenzó a llorar entre sus brazos. Estaba nerviosa, alterada. No quería que nada salga mal. Martín y ella se criaron juntos, pues eran vecinos desde que ella nació. Él era apenas un año más grande, y siempre se mostró comprometido en cuidarla y hacerla feliz. Si así era ¿por qué estaría mal?
     Entonces, alejando las lágrimas de las pálidas mejillas de Jazmín, se acercó a su rostro, y la besó con dulzura, lentamente. Oyeron el sonido de la puerta y reaccionaron una milésima de segundo después de que una exclamación incompleta llegara a sus oídos.
     —¡Olvidé las…!—Los orbes grisáceos de Mateo examinaron a ambos jóvenes y  la posición en la que estaban. Luego de un rato de meditar, añadió:— Lo sospechaba.— Sonrió de medio lado, y cerró suavemente la puerta.

Lieben II.

     Hola. Lamento muchísimo no haber actualizado antes. No fue flojera, sencillamente no tenía internet. Pero hoy voy a subir las dos partes faltantes. Ahora una de amo homosexual entre hombres, y después de que vea Boku no Pico subo la última. Espero que lo disfruten.
__________________________________________________________________

Lieben II: Encuentro fortuito.


    Nicolás caminaba con paso ligero hacia ninguna dirección en particular. Millones de lágrimas se acumulaban en sus ojos, amenazándolo con salir. Pero su orgullo no se lo permitía, y tragaba con fuerza, intentando que el doloroso nudo en su garganta desaparezca. Estaba devastado, triste y, ¿por qué no? también un poco molesto. No se explicaba por qué todo, TODO debía sucederle a él. ¿Enamorarse de su mejor amiga, y que resulte ser lesbiana? Cosa de locos, que solo podría pasarle a una persona como él. Desgraciada, desafortunada.
     Desde niños intentó conquistar a Stephanie. Le regalaba flores, chocolates, se comportaba como un caballero y hasta le daba clases particulares de las materias que le resultaban difíciles. Pero todo eso parecía ser en vano, porque ella jamás le dedicó más que una sonrisa de sincera amistad. Y él no quería ser su amigo. Se moría de ganas de besarla, y permanecer a su lado para cuidarla y hacerla feliz. No tenía malas intenciones, y jamás haría algo para herirla. Pero nada podía modificar su situación actual, y mucho menos ahora que la había visto besando a otra mujer. ¿Era eso? ¿Acaso Stephanie siempre había sido lesbiana, y él no lo notó?
     Lleno de dudas, sintió la necesidad de sentarse y ahogar sus penas en el escozor de sus ojos. No quería dar un espectáculo en medio de un parque lleno de niños jugando, y parejas felices besuqueándose, por lo que decidió entrar a un bar y pedir un café negro. No era muy amante de la cafeína, pero fue lo primero que se le vino a la cabeza. No estaba de humor para comenzar a beber alcohol tan temprano, y eso era medianamente sano. Una vez que le trajeron su encargo, se tapó el rostro y comenzó a llorar. Desesperación, ira, tristeza. Eso sentía. No comprendía en qué momento se había enamorado tanto para que le duela de esta manera. Tenía un hueco en el estómago que no lo dejaba respirar, y la vista se le nublaba. ¿Por qué debía sufrir así? ¿Qué había hecho él para merecer tan brutal castigo? Jamás le deseo ni le desearía a nadie eso que estaba atravesando. Sufrir por amor era una tontería para muchos, pero cuando lo vives en carne propia… notas que no es nada tonto.
     Poco a poco el llanto paró y los espasmos de detuvieron. Oyó a lo lejos una voz. Por algún motivo sentía que era a él a quien hablaban. Cuando levantó el rostro había un chico que le palmeaba la espalda con gesto preocupado.
     —Me llamo Mateo ¿Te sientes bien? ¿Qué pasa?— le decía, pero no llegaba a comprender del todo la situación. No hasta que el muchacho se sentó frente a él, y le preguntó con toda la seriedad del mundo qué era lo que le afligía.
     Lo observó detenidamente, y se sintió sincero. Inhaló aire, y le comentó que la persona que amaba estaba con alguien más. El otro lo meditó un instante, y con una triste media sonrisa le dijo:
     —Vamos, anímate. Hay muchas otras personas en el mundo dispuestas a amar y ser amadas.
     Un ápice de curiosidad lo envolvió, y se detuvo minuciosamente en sus facciones. «Su cabello es como el mío—pensó— pero sus ojos son de color… oscuro, más no es castaño ni negro. Aun así parecen dos bellas gemas, como piedras luminosas. ¡Claro, y las piedras son…!»
     —Grises.
     —¿Disculpa?
     —Tus ojos son grises.
     —Sí, desde que tengo memoria.—Esbozó una sonrisa como de ciento veinte kilovoltios que sonrojó a Nicolás.
     «¿Quién posee una joya tan linda como esa en el rostro?» se preguntó, dando un sorbo a su ya helado café.
     Conversaron durante aproximadamente una hora. Mateo le confesó que recientemente también tuvo una desventura amorosa, pero que supo sobrellevarlo luego de que su hermana le hizo comprender que si no lo amaban no podía obligar a nadie a que lo hicieran. Sonrió plácidamente mientras revolvía la Lágrima que había pedido un tiempo atrás.
     —Estoy seguro de que el hilo rojo del destino es extenso, pero que sabe guiarme hacia dónde está mi verdadero amor. Por eso estoy aquí…
     Bruscamente, Nicolás sacó cinco pesos de su bolsillo, y los dejó sobre la mesa, como propina para el mozo. Se despidió de Mateo algo abrumado por lo recientemente dicho, y le agradeció con un simple «Gracias». Se encaminó a la salida rápidamente, pero en la puerta del lugar sintió que le tocaban el hombro, y se dio la vuelta para ver quién era.
     —Solo quiero decirte que… puedes solventar conmigo cualquier problema.—Le tomó la mano, y dejó en ella un papel. Cuando Nicolás desvió su mirada cerúlea hacia el pedazo de hoja que llevaba números escritos con una bonita caligrafía, Mateo lo tomó de la cintura y le alzó la barbilla, dándole un casto pero exquisito beso. Al desunirlo, lo miró divertido, pidiéndole con un gesto que lo llamara pronto, y echó a correr con una risa pícara en el rostro.

domingo, 10 de febrero de 2013

Lieben.

     Hola, después de tanto tiempo. No he estado de ánimo para sentarme a escribir, y me frustra el hecho de que falten dos semanas para que mis vacaciones culminen y solo haya leído cinco o seis libros. Pero voy a compensar eso, y en esta «semana del amor» (porque, para los que no lo saben, el catorce es San Valentín) estaré subiendo tres historias cortas, enlazadas una con otra. La primera la publicaré hoy, a continuación de esta presentación.
     Las restanted van a tener el mismo título de entrada: «Lieben» porque, como ya dije, están sumamente relacionadas (ya se dará cuenta el por qué de tan estrecha relación). La diferencia será el tipo de amor del que tratará cada historia.. Este primer relato tendrá como protagonistas de la historia de amor a dos mujeres. El próximo, a dos hombres. Y el último, a un hombre y a una mujer.
     No estoy segura de qué días estaré publicando los próximos, pero sí será en esta semana, y probablemente el último será publicado el sábado.
     Yo no soy muy amante de ese famoso día de los enamorados, pero algo tenía que hacer para compensar mi ausencia. Espero que lo disfruten.

_____________________________________________________________
Lieben: Como antes.


     —¿Y no podemos estar juntas?- interrogó una pequeña niña de cabellos rojizos. Sus ojos verdes brillaban por las lágrimas.
     —No.
     —¿Por qué?
      La joven de catorce años, de hebras azabaches y fanales castaños se dio la vuelta, dirigiéndole su atención completamente.
     —Porque eres muy pequeña. Ya crecerás y lo entenderás.
     
     Y vaya que lo había hecho, pensó Ángel al llegar a la casa de su mejor amiga de la infancia. Después de haber vuelto del extranjero se encaminó allí directamente. Se sorprendió de sobremanera al hallar a la hermana de su brillante compañera de bachillerato tan...

      «Preciosa», gritó en su fuero interno.
      Permanecía sentada en una banqueta alta, recostada sobre la mesada de la cocina. Dormía profundamente, podía notarlo por su respiración lenta y pausada, y su boca entreabierta.
     —Ignórala. Anoche salió de juerga. Llegó, tomó un vaso de jugo y quedó allí mismo—era Diana quien le hablaba, la Barbie de la secundaria, por quien todos los muchachos babeaban. Sus ojos celeste cielo y cabellera dorada natural no hacía, hoy por hoy, más que dar a entender al mundo que era una modelo de pasarela que pronto conmocionaría todas las revistas de moda—. En un rato vendrá un amigo suyo, así que lo mejor sería que se levante.
     La morena abrió la boca para decir algo, y la volvió a cerrar al darse cuenta de que la «bella durmiente» despertaba con lentitud. Abrió despacio sus grandes orbes esmeraldas, y miró a las dos mujeres que la observaban con seriedad. Les dedicó una sonrisa bobalicona, y luego se sonrojó furiosamente. Al parecer, al desviar la vista hasta donde estaba Ángel la había invadido la vergüenza. Ella se dio cuenta de esto, y sonrió con suficiencia. No, no la había olvidado.
     —Tanto tiempo, Stephanie. Es un gusto poder volver a verte—se aproximó hacia ella con elegancia, le tomó la mano y la besó débilmente. Su rostro competía con el color de su cabello.
     —¿La recuerdas?— habló su hermana, algo distante—. Era mi compañera de instituto.
     —Sí, sí. Yo… Me acuerdo—bajó el rostro, aunque fuera imposible, cada vez parecía que tomaba más color—. Disculpen, iré a mi cuarto.—Salió corriendo, dejando atónita a su hermana, y con una media sonrisa a Ángel.
     —No hace falta que lo repita, pero ignórala. No sé qué le sucederá.
     —No, yo tampoco…


     En ese instante, golpearon la puerta de la casa rápidamente. Diana se acercó a ella en silencio, y la abrió con lentitud. Al instante se dejó ver un muchacho alto, de cabellos dorados y ojos azules intensos. Tenía una sonrisa tímida, y se frotaba las manos con ansiedad.

     —Pasa Nicolás, ella está en su cuarto.
     —Con permiso.—El joven se adentró en la vivienda, y se detuvo para saludar a Ángel. Luego siguió su camino hasta el fondo del pasillo.

     Al poco rato ambos adolescentes estaban en la mesa de la cocina con dos cuadernos y varias fotocopias desperdigadas por doquier. Ángel los observaba con indiferencia, pero por dentro la sangre le hervía. Las miradas indiscretas de él pasaban desapercibidas únicamente para Stephanie, quien solo atinaba a sonreír de costado por su falta de manejo con un idioma extranjero.

     —Angy, ¿me oyes? Dije que me esperes un momento, iré a comprar algo para acompañar el café. Te diría que me acompañes, pero por más dulce que Nicolás sea no me atrevo a dejarlo solos.
     —Sí, sí. Ve tranquila. Yo vigilo a estos dos.
     —De acuerdo. Voy y vengo.

     Diana salió de la casa, y Stephanie miró a su amigo, intentando comprender algo de lo que estaba explicándole. Y, si bien muchas de sus dudas fueron aclaradas, seguía sin comprender gran parte del contenido.
     Elevó la vista, y sus ojos se cruzaron con los de aquella mujer de la que años antes había estado tan enamorada. La observaba fijo, y por poco no le daba miedo. Sin embargo, por un momento vio atravesar un destello luminoso por esos fríos y embriagantes ojos.

     La de mayor edad la levantó un poco hasta su altura, casi cargándola para hacer puntapié. Sintió cómo su cuello era rodeado por dos manos pequeñas y sonrió. A veces las películas melosas hacían estragos en la mente de los niños. Pero no pudo quejarse, ni burlarse de ella. Sus rostros estaban demasiado cerca, y si bien le daba algo de culpa besar a una niña, no podía ir en contra de sus sentimientos y deseos.
     Colocó los labios justo encima de su húmeda boca. Era tan tersa, tan deliciosa que por un momento deseó profundizar la caricia. Pero ya sería demasiado, así que solo se limitó a aferrarla más contra sí, y morder con suavidad el labio inferior.
     Se separaron, sonrosadas, y se dedicaron una tímida sonrisa. Ambas sabían hasta dónde podían llegar. Tenían tiempos, aunque el amor pareciese querer apurarlas.

     —Bien Tef, creo que es todo por hoy, ¿te parece?
     —Sí, sí. Junta tus cosas, ahora voy al baño y vuelvo a ayudarte.

     Se puso de pie con la misma galantería que su hermana, y en unos segundos ya se encontraba allí. No fue capaz de percibir los pasos de Ángel detrás de ella, y fue por eso que se sorprendió cuando una mano detuvo la puerta para que no se cerrase.

     —¿Qué haces aquí?-soltó la pelirroja con veneno en las palabras.
     —Creí que te sería ameno charlar un rato conmigo.
     —Pues estabas equivocada. No tenemos nada sobre lo que conversar.
     —¿Qué te parece si hablamos de… lo enamoradas que estamos?
     —No hables en presente. Eso fue hace mucho tiempo, yo era una niña tonta.
     —Sigues siéndolo.
     —¡Basta! No te creas alguien importante como para tratarme así. Me gustabas, pero… te fuiste. Te alejaste de mí, y te marchaste a España sin siquiera decirme adiós, o hasta cuándo te quedarías allí. No tienes una idea de lo que me dolió que hicieras eso.
     —Era lo mejor que podía hacer. Conociéndote, no hubieras reaccionado demasiado bien si venía a decirte que me iba a estudiar a otro país.
     —Tal vez no, pero… Hubiera sido lo más sincero. Y menos doloroso.
     —¿Qué te parece si iniciamos de cero? Ahora tienes edad suficiente para que te haga lo que guste…
     —No me parece una buena idea. Antes no lo entendía, pero somos dos mujeres. No está muy bien visto eso.
     —Estamos en Argentina, por favor. Déjame decirte que desde que aprobaron la ley, la sociedad tiene otra perspectiva sobre nosotros los homosexuales.
     —Yo no soy homosexual.
     —¿No? ¿Eres capaz de decir eso luego de que te bese?
     —Por favor, Ángel, no…

     La de cabellos azabaches levantó el mentón de la más pequeña con solo una mano, dejándola extasiada por la intensidad de sus ojos. Se acercó tortuosamente a ella y se besaron, completamente embelesadas. Tanto así que no notaron cómo unos bellísimos ojos azules como el lapislázuli las observaban con aturdimiento, y luego se alejaban de allí dando largas zancadas. Cuando volvieron a la sala de estar, Nicolás ya no estaba.