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Lieben II: Encuentro fortuito.
Nicolás caminaba con paso
ligero hacia ninguna dirección en particular. Millones de lágrimas se
acumulaban en sus ojos, amenazándolo con salir. Pero su orgullo no se lo
permitía, y tragaba con fuerza, intentando que el doloroso nudo en su garganta
desaparezca. Estaba devastado, triste y, ¿por qué no? también un poco molesto.
No se explicaba por qué todo, TODO debía sucederle a él. ¿Enamorarse de su
mejor amiga, y que resulte ser lesbiana? Cosa de locos, que solo podría pasarle
a una persona como él. Desgraciada, desafortunada.
Desde niños intentó conquistar a
Stephanie. Le regalaba flores, chocolates, se comportaba como un caballero y hasta
le daba clases particulares de las materias que le resultaban difíciles. Pero
todo eso parecía ser en vano, porque ella jamás le dedicó más que una sonrisa
de sincera amistad. Y él no quería ser su amigo. Se moría de ganas de besarla,
y permanecer a su lado para cuidarla y hacerla feliz. No tenía malas
intenciones, y jamás haría algo para herirla. Pero nada podía modificar su
situación actual, y mucho menos ahora que la había visto besando a otra mujer.
¿Era eso? ¿Acaso Stephanie siempre había sido lesbiana, y él no lo notó?
Lleno de dudas, sintió la necesidad de
sentarse y ahogar sus penas en el escozor de sus ojos. No quería dar un
espectáculo en medio de un parque lleno de niños jugando, y parejas felices
besuqueándose, por lo que decidió entrar a un bar y pedir un café negro. No era
muy amante de la cafeína, pero fue lo primero que se le vino a la cabeza. No
estaba de humor para comenzar a beber alcohol tan temprano, y eso era
medianamente sano. Una vez que le trajeron su encargo, se tapó el rostro y
comenzó a llorar. Desesperación, ira, tristeza. Eso sentía. No comprendía en
qué momento se había enamorado tanto para que le duela de esta manera. Tenía un
hueco en el estómago que no lo dejaba respirar, y la vista se le nublaba. ¿Por
qué debía sufrir así? ¿Qué había hecho él para merecer tan brutal castigo?
Jamás le deseo ni le desearía a nadie eso que estaba atravesando. Sufrir por
amor era una tontería para muchos, pero cuando lo vives en carne propia… notas
que no es nada tonto.
Poco a poco el llanto paró y los espasmos
de detuvieron. Oyó a lo lejos una voz. Por algún motivo sentía que era a él a
quien hablaban. Cuando levantó el rostro había un chico que le palmeaba la
espalda con gesto preocupado.
—Me llamo Mateo ¿Te sientes bien? ¿Qué
pasa?— le decía, pero no llegaba a comprender del todo la situación. No hasta
que el muchacho se sentó frente a él, y le preguntó con toda la seriedad del
mundo qué era lo que le afligía.
Lo observó detenidamente, y se sintió
sincero. Inhaló aire, y le comentó que la persona que amaba estaba con alguien
más. El otro lo meditó un instante, y con una triste media sonrisa le dijo:
—Vamos, anímate. Hay muchas otras personas
en el mundo dispuestas a amar y ser amadas.
Un ápice de curiosidad lo envolvió, y se
detuvo minuciosamente en sus facciones. «Su cabello es como el mío—pensó— pero
sus ojos son de color… oscuro, más no es castaño ni negro. Aun así parecen dos
bellas gemas, como piedras luminosas. ¡Claro, y las piedras son…!»
—Grises.
—¿Disculpa?
—Tus ojos son grises.
—Sí, desde que tengo memoria.—Esbozó una
sonrisa como de ciento veinte kilovoltios que sonrojó a Nicolás.
«¿Quién posee una joya tan linda como esa
en el rostro?» se preguntó, dando un sorbo a su ya helado café.
Conversaron durante aproximadamente una
hora. Mateo le confesó que recientemente también tuvo una desventura amorosa,
pero que supo sobrellevarlo luego de que su hermana le hizo comprender que si
no lo amaban no podía obligar a nadie a que lo hicieran. Sonrió plácidamente
mientras revolvía la Lágrima que había pedido un tiempo atrás.
—Estoy seguro de que el hilo rojo del
destino es extenso, pero que sabe guiarme hacia dónde está mi verdadero amor.
Por eso estoy aquí…
Bruscamente, Nicolás sacó cinco pesos de
su bolsillo, y los dejó sobre la mesa, como propina para el mozo. Se despidió
de Mateo algo abrumado por lo recientemente dicho, y le agradeció con un simple
«Gracias». Se encaminó a la salida rápidamente, pero en la puerta del lugar
sintió que le tocaban el hombro, y se dio la vuelta para ver quién era.
—Solo quiero decirte que… puedes solventar
conmigo cualquier problema.—Le tomó la mano, y dejó en ella un papel. Cuando
Nicolás desvió su mirada cerúlea hacia el pedazo de hoja que llevaba números
escritos con una bonita caligrafía, Mateo lo tomó de la cintura y le alzó la
barbilla, dándole un casto pero exquisito beso. Al desunirlo, lo miró
divertido, pidiéndole con un gesto que lo llamara pronto, y echó a correr con
una risa pícara en el rostro.
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