domingo, 10 de febrero de 2013

Lieben.

     Hola, después de tanto tiempo. No he estado de ánimo para sentarme a escribir, y me frustra el hecho de que falten dos semanas para que mis vacaciones culminen y solo haya leído cinco o seis libros. Pero voy a compensar eso, y en esta «semana del amor» (porque, para los que no lo saben, el catorce es San Valentín) estaré subiendo tres historias cortas, enlazadas una con otra. La primera la publicaré hoy, a continuación de esta presentación.
     Las restanted van a tener el mismo título de entrada: «Lieben» porque, como ya dije, están sumamente relacionadas (ya se dará cuenta el por qué de tan estrecha relación). La diferencia será el tipo de amor del que tratará cada historia.. Este primer relato tendrá como protagonistas de la historia de amor a dos mujeres. El próximo, a dos hombres. Y el último, a un hombre y a una mujer.
     No estoy segura de qué días estaré publicando los próximos, pero sí será en esta semana, y probablemente el último será publicado el sábado.
     Yo no soy muy amante de ese famoso día de los enamorados, pero algo tenía que hacer para compensar mi ausencia. Espero que lo disfruten.

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Lieben: Como antes.


     —¿Y no podemos estar juntas?- interrogó una pequeña niña de cabellos rojizos. Sus ojos verdes brillaban por las lágrimas.
     —No.
     —¿Por qué?
      La joven de catorce años, de hebras azabaches y fanales castaños se dio la vuelta, dirigiéndole su atención completamente.
     —Porque eres muy pequeña. Ya crecerás y lo entenderás.
     
     Y vaya que lo había hecho, pensó Ángel al llegar a la casa de su mejor amiga de la infancia. Después de haber vuelto del extranjero se encaminó allí directamente. Se sorprendió de sobremanera al hallar a la hermana de su brillante compañera de bachillerato tan...

      «Preciosa», gritó en su fuero interno.
      Permanecía sentada en una banqueta alta, recostada sobre la mesada de la cocina. Dormía profundamente, podía notarlo por su respiración lenta y pausada, y su boca entreabierta.
     —Ignórala. Anoche salió de juerga. Llegó, tomó un vaso de jugo y quedó allí mismo—era Diana quien le hablaba, la Barbie de la secundaria, por quien todos los muchachos babeaban. Sus ojos celeste cielo y cabellera dorada natural no hacía, hoy por hoy, más que dar a entender al mundo que era una modelo de pasarela que pronto conmocionaría todas las revistas de moda—. En un rato vendrá un amigo suyo, así que lo mejor sería que se levante.
     La morena abrió la boca para decir algo, y la volvió a cerrar al darse cuenta de que la «bella durmiente» despertaba con lentitud. Abrió despacio sus grandes orbes esmeraldas, y miró a las dos mujeres que la observaban con seriedad. Les dedicó una sonrisa bobalicona, y luego se sonrojó furiosamente. Al parecer, al desviar la vista hasta donde estaba Ángel la había invadido la vergüenza. Ella se dio cuenta de esto, y sonrió con suficiencia. No, no la había olvidado.
     —Tanto tiempo, Stephanie. Es un gusto poder volver a verte—se aproximó hacia ella con elegancia, le tomó la mano y la besó débilmente. Su rostro competía con el color de su cabello.
     —¿La recuerdas?— habló su hermana, algo distante—. Era mi compañera de instituto.
     —Sí, sí. Yo… Me acuerdo—bajó el rostro, aunque fuera imposible, cada vez parecía que tomaba más color—. Disculpen, iré a mi cuarto.—Salió corriendo, dejando atónita a su hermana, y con una media sonrisa a Ángel.
     —No hace falta que lo repita, pero ignórala. No sé qué le sucederá.
     —No, yo tampoco…


     En ese instante, golpearon la puerta de la casa rápidamente. Diana se acercó a ella en silencio, y la abrió con lentitud. Al instante se dejó ver un muchacho alto, de cabellos dorados y ojos azules intensos. Tenía una sonrisa tímida, y se frotaba las manos con ansiedad.

     —Pasa Nicolás, ella está en su cuarto.
     —Con permiso.—El joven se adentró en la vivienda, y se detuvo para saludar a Ángel. Luego siguió su camino hasta el fondo del pasillo.

     Al poco rato ambos adolescentes estaban en la mesa de la cocina con dos cuadernos y varias fotocopias desperdigadas por doquier. Ángel los observaba con indiferencia, pero por dentro la sangre le hervía. Las miradas indiscretas de él pasaban desapercibidas únicamente para Stephanie, quien solo atinaba a sonreír de costado por su falta de manejo con un idioma extranjero.

     —Angy, ¿me oyes? Dije que me esperes un momento, iré a comprar algo para acompañar el café. Te diría que me acompañes, pero por más dulce que Nicolás sea no me atrevo a dejarlo solos.
     —Sí, sí. Ve tranquila. Yo vigilo a estos dos.
     —De acuerdo. Voy y vengo.

     Diana salió de la casa, y Stephanie miró a su amigo, intentando comprender algo de lo que estaba explicándole. Y, si bien muchas de sus dudas fueron aclaradas, seguía sin comprender gran parte del contenido.
     Elevó la vista, y sus ojos se cruzaron con los de aquella mujer de la que años antes había estado tan enamorada. La observaba fijo, y por poco no le daba miedo. Sin embargo, por un momento vio atravesar un destello luminoso por esos fríos y embriagantes ojos.

     La de mayor edad la levantó un poco hasta su altura, casi cargándola para hacer puntapié. Sintió cómo su cuello era rodeado por dos manos pequeñas y sonrió. A veces las películas melosas hacían estragos en la mente de los niños. Pero no pudo quejarse, ni burlarse de ella. Sus rostros estaban demasiado cerca, y si bien le daba algo de culpa besar a una niña, no podía ir en contra de sus sentimientos y deseos.
     Colocó los labios justo encima de su húmeda boca. Era tan tersa, tan deliciosa que por un momento deseó profundizar la caricia. Pero ya sería demasiado, así que solo se limitó a aferrarla más contra sí, y morder con suavidad el labio inferior.
     Se separaron, sonrosadas, y se dedicaron una tímida sonrisa. Ambas sabían hasta dónde podían llegar. Tenían tiempos, aunque el amor pareciese querer apurarlas.

     —Bien Tef, creo que es todo por hoy, ¿te parece?
     —Sí, sí. Junta tus cosas, ahora voy al baño y vuelvo a ayudarte.

     Se puso de pie con la misma galantería que su hermana, y en unos segundos ya se encontraba allí. No fue capaz de percibir los pasos de Ángel detrás de ella, y fue por eso que se sorprendió cuando una mano detuvo la puerta para que no se cerrase.

     —¿Qué haces aquí?-soltó la pelirroja con veneno en las palabras.
     —Creí que te sería ameno charlar un rato conmigo.
     —Pues estabas equivocada. No tenemos nada sobre lo que conversar.
     —¿Qué te parece si hablamos de… lo enamoradas que estamos?
     —No hables en presente. Eso fue hace mucho tiempo, yo era una niña tonta.
     —Sigues siéndolo.
     —¡Basta! No te creas alguien importante como para tratarme así. Me gustabas, pero… te fuiste. Te alejaste de mí, y te marchaste a España sin siquiera decirme adiós, o hasta cuándo te quedarías allí. No tienes una idea de lo que me dolió que hicieras eso.
     —Era lo mejor que podía hacer. Conociéndote, no hubieras reaccionado demasiado bien si venía a decirte que me iba a estudiar a otro país.
     —Tal vez no, pero… Hubiera sido lo más sincero. Y menos doloroso.
     —¿Qué te parece si iniciamos de cero? Ahora tienes edad suficiente para que te haga lo que guste…
     —No me parece una buena idea. Antes no lo entendía, pero somos dos mujeres. No está muy bien visto eso.
     —Estamos en Argentina, por favor. Déjame decirte que desde que aprobaron la ley, la sociedad tiene otra perspectiva sobre nosotros los homosexuales.
     —Yo no soy homosexual.
     —¿No? ¿Eres capaz de decir eso luego de que te bese?
     —Por favor, Ángel, no…

     La de cabellos azabaches levantó el mentón de la más pequeña con solo una mano, dejándola extasiada por la intensidad de sus ojos. Se acercó tortuosamente a ella y se besaron, completamente embelesadas. Tanto así que no notaron cómo unos bellísimos ojos azules como el lapislázuli las observaban con aturdimiento, y luego se alejaban de allí dando largas zancadas. Cuando volvieron a la sala de estar, Nicolás ya no estaba.

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