domingo, 7 de enero de 2018

Magic Moon

     La luna estaba enorme, destacándose en el mar de estrellas. Ambos muchachos la admiraban en un silencio incómodo. Temían romper el encanto que los había acompañado toda la noche. Hacía mucho frío, y sus cuerpos temblaban ligeramente bajo el traje de gala. Sin embargo, el patio era una escapatoria viable para eludir el gentío y la música fuerte del Gran Salón. Todo allí era calma, menos sus corazones.
     Viktor dejó de ver el cielo, y sus ojos claros se fijaron sobre el chico a su lado, que fingía no prestarle atención. Su mirada estaba cargada de cariño y tenía unas ganas enormes de sobarle las mejillas rojas del frío. Pero no lo hizo, solo escondió la nariz en su bufanda verde y plata. Sus sentimientos comenzaban a aflorar y eso no era conveniente para alguien como él.
     Yuuri, por su parte, se sentía aturdido. Estaba siendo demasiado observado. Cada vez que notaba los ojos de Viktor, veía sus pupilas dilatadas al máximo. Él también quería transmitir con esa intensidad, pero no lo creía posible. Sentía que era algo propio de los ojos celestes de Viktor, de su mirada, de su alma. Y estaba aterrado. Aterrado porque lo que sintió momentos antes fue demasiado real, era un tipo de magia que no le enseñaban en clases. Suspiró mirando al cielo, sabiéndose objetivo, con un creciente cosquilleo en los labios. Finalmente, Viktor habló.
¿Sabes, Yuuri? No he tenido buenos momentos conmigo mismo últimamente. Me siento apagado, pero lleno de energía que parece querer explotar pronto. Pero no es la clase de energía que uno desea tener para emprender cosas. Me siento atrapado en un agujero negro que me consume cada día un poco más. No puedo ponerlo en palabras sin fallarle al significado de lo que siento. Solo quiero que sepas que tú, en especial en días como hoy, eres la luz que me ayuda a no apagarme. A seguir. A que mi energía y mi estrés no exploten por doquier. Gracias Yuuri, gracias por hoy. Y gracias por todo.
     Los labios de Yuuri temblaron un poco y por fin sus ojos buscaron el rostro de su acompañante nocturno. Viktor era, en palabras de sí mismo, magníficamente bello. Sus rasgos eran perfectos, y su cabello plateado, trenzado y adornado era un laberinto de perdición. Y lo que le había relatado no era sino una sombra de lo que representaba por fuera. Siempre amable, siempre sonriente. Siempre pulcro y radiante. Aquella oscuridad no podría transformar nunca a un ser tan auténtico. Sin embargo, en su empatía y dejándose llevar por la necesidad de hacerlo, le acarició el costado de la cara, acomodando un mechón de cabello detrás de las orejas. Viktor pareció sorprendido, más no molesto, instándole a Yuuri a continuar. No sabía cómo seguir, pero sabía lo que quería hacer. Sus actos serían torpes por la inexperiencia, pero genuinos, y esperaba que el otro lo comprenda. Se irguió un poco, buscando un punto de apoyo con la otra mano, y lo último que vio fue el rostro ruborizado de su amigo. Juntó su labios débilmente, aún con temor. Y Viktor le correspondió, tan tranquila y hermosamente como si estuviese esperando eso hace un siglo. Al separarse, sus respiraciones agitadas se transformaron en vaho por el denso frío de diciembre. Yuuri miró hacia arriba, pero los ojos claros no lo siguieron, siempre pendientes de él.
Muérdagosusurró, y Viktor giró los ojos para ver la ramita colgando sobre ellos.
Gracias por la tradición de navidad dijo con su melodiosa voz, sosteniendo la mano del muchacho de cabello negro. Yuuri sonrió, y se quedaron ahí, abrazados y envueltos por el frío que amenazaba con derretir su corazón. Ojalá esos recuerdos fueran tan eternos como la nocturnidad.