martes, 7 de febrero de 2017

Mortificarse.

     Solo habían pasado unos meses desde aquel día. Su matrimonio se había arruinado por completo, su desempeño laboral era un desastre, y a penas podía concentrarse en terminar esa carrera que tanto le costó elegir. Tenía el rostro hundido entre las manos, y estaba intentando no llorar. No quería llorar más. No desde que pasó noches en vela, acosado por pesadillas que no lo dejaban dormir con propiedad, y que no podía calmar ni con sus más felices recuerdos. La realidad era aún peor que esos tenebrosos sueños, porque él no estaba a su lado. Y solo eso bastaba para que su mundo volviera a caer en pedazos.
     ¿Por qué no lo había visto venir?
     Esa duda lo mortificaría por el resto de su existencia. Estaba completamente seguro de que podría haber hecho algo al respecto. Pero, ¿qué tanto? ¿Qué le aseguraba que no lo haría de todas formas? Esas preguntas sin respuesta y sin dirección lo volvían a asaltar una y otra vez, y su vista se volvía borrosa, sin terminar de comprender si era por las lágrimas o por el efecto del alcohol. Estaba, como tantas otras veces, en el silencio abrumador de su dormitorio. Solo, como siempre desde que él se fue. Solo, como estaría hasta el final de los tiempos.
     Cuando vio su cuerpo inerte por primera vez sintió rabia. Rabia porque no creía que su hermano fuera de los que tomaban el camino fácil. Lo hacía más fuerte, incapaz de atentar contra su propia vida. Y, por sobre todas las cosas, incapaz de atentar contra la suya. Había sido un egoísta de primera. Pero. ¿acaso no lo fue él también? Eligió una vida paralela. Él lo había hecho sentir desplazado, inconexo con un entorno que no comprendía. Solo. Le había fallado primero por haberlo hecho conocer la soledad incluso cuando estaban juntos. Ya no era una soledad de a dos como la de antes. Esta era más fría, más repugnante. La soledad de una persona realmente apestaba. Entonces no tenía nada para reprocharle, se dijo. Él era el culpable, aunque todos a su alrededor le dijeran que la decisión había sido personal. No, claro que no. Él tenía la culpa. Por no manifestarle lo que sentía, lo que ansiaba, todo lo que lo necesitaba. Por haber hecho lo que creía correcto en lugar de lo que le demandaba el corazón. Por haber intentado tomar un camino por su cuenta, tratando de que su hermano continuara el suyo sin su compañía. Qué estúpido había sido. Jamás iba a poder caminar sin sus pasos acompasados, su mano firme entrelazada con la suya, y su sonrisa de dientes perfectamente blancos que le aseguraba que todo iba a estar bien porque estaban juntos.  
     Pero ya no más. Porque no estaba seguro de cuánto podría aguantar con todo ese amor en su pecho. Era una carga muy pesada, demasiado dolorosa para soportar solo. No estaba seguro de qué había más allá, ni de si podía hablar con los muertos, pero todas las noches le rogaba una o dos palabras de consuelo para facilitarle el camino. Pero nunca oía nada más que ese silencio ensordecedor y los latidos de su corazón martillándole desde dentro. Sabía lo que significaba en su vida, pero nunca creyó que lo abandonaría tan pronto. Y menos que él sería la causa. ¿Un poco pretencioso, tal vez? Sentirte responsable de la decisión de alguien más. Sentir que si hubieses estado todo sería diferente, menos desagradable. Sí, sonaba a locura.
     Le había hablado a tantas personas sobre su hermano,y lo habían visto como una entidad única tantas veces, que ahora todos lo observaban con lástima ante su pérdida. Odiaba eso. Aunque jamás se había sentido tan débil como en ese tiempo. Era un alma que vagaba por las calle en busca de su igual, que estaba muchos cielos por encima. Jamás lo mereció. Solo intentaba convencerse de que era lo que él necesitaba, o que más adelante podría devolverle aunque sea un cuarto de lo que le daba. Y nunca pudo. No había un futuro y no lo supo hasta que se vio llorando a escondidas, en ese cuarto que apestaba a muerte, para que nadie lo mirara como a un perro abandonado al que le quitaron todo. Sí se sentía abandonado, a decir verdad. Pero podía beberse sus lágrimas. Tampoco quería que él lo viera de esa forma.
     Después de tantos meses el vacío solo aumentaba. Era como no ser él mismo, como si le faltara la mitad. Jamás le había llevado flores porque creyó que no las necesitaba, que se reiría en su cara por hacer algo tan estúpido. Pero una fuerza desconocida lo arrastró hacia allí. No pudo ir solo. Le pidió a Honey senpai que lo acompañara. La calidez del muchacho siempre lo reconfortaba, aunque sea un poco. No hubo más que un intercambio de palabras con su subconsciente, pero le bastó para emerger. Cuando llegó a su casa lloró con una fuerza incontrolable, pero se sentía libre. Ya no quería hacerlo más, pero no pudo parar. Sus sentimientos brotaron, y fue irreversible. Estaban todos expuestos, los tenía entre sus manos, podía apreciarlos. Eran lo único sincero que quedaba en él: el amor por su hermano muerto. Era curioso, ese amor que le dio la vida fue el mismo que lo destruyó. Pero aún podía seguir por ambos.
      Él ya no estaba, pero sus emociones y recuerdos aún seguían allí. Descubrió que todo eso tenía un poder inmenso, y quiso sacar provecho de él. La especialidad de Kaoru eran las palabras. Creaba unos poemas maravillosos, y siempre le gustó sentirse protagonista de sus relatos de amor. Ahora él plasmaría todo lo que su hermano no pudo decir. Hikaru se sentó. y escribió.
Si no puedo ser amado por nadie más, debería comenzar a amarme a mí mismo.
     Suspiró, y se dejó ser sobre el papel.
Y, de esa forma, regocijarme en la soledad de uno que siempre detesté.