domingo, 20 de diciembre de 2015

Pensamientos de libertad.

     Es graciosa tu respiración pausada antes de dormir. Tan en calma, pareces tan tranquilo. Tu boca entreabierta me recuerda esos preciados días en los que todo estaba bien. Cuando cada palabra que decías era cierta y podía confiar en tus acciones. El movimiento de tus ojos por debajo de los párpados me lleva de vuelta a cuando me miraste por primera vez, y creí que era amor. Y de pronto me entran unas inexplicables ganas de llorar. Me pregunto cuándo cambió todo, en qué maldito momento te convertiste en lo que eres ahora: despiadado, ruin, mentiroso. ¿Cuándo fue la última vez que dormí en paz, y pude concebir el sueño sin dificultad alguna? Mis ojeras dan una respuesta aproximada que no consigo leer.
     Observo la tenue luz de la luna que se cola a través de la ventana. Delinea tu perfil, tu rostro sin afeitar y tu cabello rizado. Tus brazos fuertes que me sostuvieron en un beso prolongado, y que me dejaron caer tiempo más tarde. ¿Qué atraviesa la mente de un hombre que golpea a quien ama? A quien dice amar.
     Cubro mi boca conteniendo un sollozo. ¿En qué momento me volví tan débil? ¿Cuándo me dejé arrastrar por una mentira? No puedo encontrar el momento exacto en el que mi actitud se desvaneció, y mi carácter se amoldó al tuyo. Oh, amor, qué mal me siento. Pero no por las cicatrices y los golpes. Ni por la jaqueca. Tampoco por la crudeza de sentir que quien juró amarme por siempre, y protegerme de las atrocidades del mundo se haya convertido en mi mayor temor, y en una jaula que dice ser libertad. Ni mucho menos las mentiras cubiertas de falsas y baratas excusas. Las lágrimas se deslizan por debajo de mis párpados no se deben a tu actitud hosca, ni a tu mano firme y dura. Ni a mis inaudibles gritos de ayuda.
Claro que no, amor mío. Sufro por haberme perdido. Por haber dejado atrás mis promesas de independencia. Por haber abandonado mis expectativas de progreso para seguir tus pasos. No puedo perdonarme haber prometido a mis padres que sería feliz, y estar aquí, vacía y sola. No puedo olvidar la sonrisa de mi juventud, y reflejarme actualmente en el espejo con un gesto sombrío. Sufro por haber renunciado a la escalera que me llevaba a todos mis objetivos, y sumirme en este infierno de tus gritos. ¿Cuándo me convertí en esto? ¿Qué hice con las personas que quisieron darme una mano? ¿Por qué me encuentro sola? Decidí estar atrapada en tu opacidad. Decidí porque me guiaste con mentiras venenosas que sedaron mi actitud y mis convicciones.
 Pero ya no más. Mi pulso acelerado son cargas de adrenalina. Y cerebro que solo grita ¡sí, sí, sí! Me relamo los labios en busca de la humedad que se ha transformado en sudor. Cierro los ojos, y acaricio el cuchillo que escondí esta tarde debajo del colchón. Justo antes de besarte y abrazarte por última vez, con la misma falsedad y crueldad que tú mismo metiste en mi día a día los últimos años. Quiero recuperar mi vida, y recuperarme. Sacarte de encima es el primer paso. Oh, adiós amor mío. He vuelto a encontrar mi conciencia.

miércoles, 19 de agosto de 2015

Simplicidad.

     Nunca compartían momentos así.
     Sus ojos estaban fijos en el horizonte, contemplando una triste puesta de sol que a Oliver se le antojó molestamente eterna. Estaba demasiado inquieto como para distenderse en los rayos de luz débiles y agónicos. Necesitaba expresarse cuanto antes, pero sabía que sus palabras solo arruinarían el momento de paz que estaban atravesando. Incómodo, decidió guardar silencio un momento más, pues esa podía ser la última vez que estén juntos. Se inclinó un poco hacia su amante, y capturó su mano. La ligera calidez que desprendía no logró, por primera vez, calmar sus nervios.
     Por su parte, Salvador no podía estar más relajado. Miró un segundo a Oliver, y suspiró. Sabía que tenía que decirle algo, y estaba seguro de lo que se trataba. Nunca había tenido que atravesar una situación de ese  tipo, y no sabía cómo reaccionar. Amaba a Oliver, sentía una pasión infinita hacia su ser. Y no pasaba solo por el plano físico, realmente creía que algo unía sus corazones con una vehemencia nunca antes descrita. Pero no podía alarmarse. Si bien leía pánico en los ojos de él, no se podía permitir caer. No quería dejarlo ir, pero lo haría si la necesidad de hacerlo era grande. Estaba seguro de que volvería a él cuando fuera tiempo.
—Oli, tiene algo para decirme, ¿verdad? Ya suéltalo.—Los ojos de Oliver se abrieron como platos. Creyó que, tal vez, ya era el momento de dejar ir todo.
—Escúchame bien lo que te voy a decir...—acarició el cigarrillo de marihuana que tenía en el bolsillo, sintiendo la imperiosa necesidad de fumarlo—. Sabes que te quiero, ¿verdad? Y que jamás haría algo para dañarte. Pero en estas últimas semanas me he sentido un tanto extraño.
 Salvador cerró los ojos. No quería oírlo, no quería que su corazón se destruyera. Habían pasado demasiados riesgos como para que todo acabase ahora. El nudo en la garganta le apretaba cada vez más. Quería salir corriendo, pero no sentía las piernas. Su cuerpo estaba en off, su cabeza no paraba de recrear imágenes en las que todo continuaba bien, y su corazón latía muy despacio, tanto así que casi creyó que iba a detenerse, y pensó que hubiera sido mejor así.
—¿Qué tanto de extraño?
Oliver suspiró.
—Demasiado. Todo lo que sentía... siento por ti... Tengo dudas.
     Definitivamente él no debía estar allí. No debió correrlo aquella mañana, ni perderse en esa zona tan oscura. Se sintió fuera de lugar en ese momento, y los últimos seis meses. ¿Qué había sido todo eso que sintieron? O tal vez todo había provenido de una sola parte, de un solo corazón, y en realidad lo único que compartieron fue una confusión de mente y una jugarreta de sus sentimientos.
—¿Sientes algo por Joe?
—Es probable.
     La escena era horrible. La luz estaba apagándose. Un chico de cabello rubio lloraba en silencio, con los ojos dejaba ver su alma rota. El otro parecía demasiado angustiado por sus palabras como para consolar a quien más necesitaba un abrazo.
—¿Lo dejaremos todo atrás?
—Salva, no quiero que sufras, Pero no me siento completamente dispuesto a establecer una relación. Prefiero cortar por lo sano.
—¿Cortar por lo sano?—Una pequeña risa se escapó de sus labios. ¿Qué era lo sano? ¿No era amarse sin medida?
—Discúlpame por no estar a la altura de tus sentimientos.
     Dicho esto, se levantó. No pudo se capaz de decir adiós, y en alguna parte de su ser sabía que era imposible despedirse de él. Tuvo la certeza de que el destino los volvería a juntar, aunque no estuvieran preparados para estar juntos. Lo que les sucedía era demasiado complejo para que sus almas tan simples y tan rotas pudieran entenderlo, para que pudieran disfrutar los ocasos, e incluso para entender que lo único que no podían hacer era estar separados.

viernes, 29 de mayo de 2015

Ocaso.

     El cielo rosáceo que acoge tanto amor y tanta paz no hace más que alterarme. Son los colores dignos de un día que muere, y nos deja con la duda de si lo vivido lo disfrutamos al máximo; si nuestras acciones fueron las correctas; si tal vez no hubiera sido más prudente hacer aquello que nos dejó con las ganas.
     El sol no sale y no se oculta. Somos nosotros quienes nos movemos en el tiempo. La tierra gira, impropia, sin dar importancia a los alaridos del sol que se aferra, que llora, que implora unos minutos más. Y nuestros ojos miran sin percibir la despedida, acostumbrándonos a la oscuridad que nos embarga. Siempre la rutina de adaptarse a aquello que no podemos manejar.
     La luna brilla con más intensidad, empero su brillo le pertenece a la estrella más grande. Y mis sentimientos no dejan de aferrarse a la luz que los obnubilaba y a tus palabras carentes de veracidad. ¿Por qué será que cada fragmento de mí llueve pidiendo no alejarse de ese eco perfumado y falsamente amable?
     El atardecer me pone nerviosa. Toda la vida fui reticente a las despedidas, Evitar el contacto inicial fue una opción que jamás debí dejar de lado. El instinto de curiosidad me llevó a romper barreras que creía sólidas y eran endebles. Y ahora me atengo a las consecuencias. Me veía tan autosuficiente que no me percaté de la fragilidad que conforma mi alma y me dejé arrastrar sin oposición en ese cielo voluble. Ahora me veo forzada a presenciar el ocaso a todas horas, como una condena. Y cada latigazo pastel me susurra que no lo intente ni una vez más.

sábado, 16 de mayo de 2015

Tiempo al tiempo.

Daño al daño, también.

Es un problema no poder empezar una línea. En cualquier círculo de la vida social, si no disponés de las palabras elementales para iniciar un acercamiento o una historia, los pasos subsiguientes se verán trastocados, inconexos, pendientes de un cierre.
     La soledad no es solo la falta de compañía, sino de comprensión, de cariño. Soledad es no poder abrazar al dueño de tus abrazos. Es llorar en un hombro que no te pertenece, sonreír risas sin eco, besar de lejos un amargo sabor conocido.
    ¿Y extrañar? Es ver desaparecer entre tus dedos la luz del sol al atardecer. Es no recordar el candor de una caricia que se sentía tan bien. Es desvivirte en pensamientos inconclusos, llameantes y desoladores que jamás serán atendidos.
      Como olvidar. El olvido que no ejercita la pasión sino amarga de lo que fue querer. Que destroza lo que está lejos. Ese olvido que solo llora al inicio, y al final es alivio. Que no tiene razones para ser, pero aún así avanza.
     Y amar. Amar es todo lo que hago yo.

jueves, 16 de abril de 2015

Crush, crush cush.

     Ahí estaba. Y la miraba desde un rincón. Siempre era un poco más fuerte que ella, y se esforzaba bastante por derrumbarla, como si ese fuera su único deseo. Fueron amigas mucho tiempo, se llevaron excelentemente durante un largo período de tiempo. Pero en los últimos meses su relación era fatal. Ella frecuentaba envenenarle el oído y gozaba de ello. Y por más barreras que intentó poner, dos pasos suyos eran tres de su antagónica. Había caído en sus garras mil veces, no teniendo alternativa. Pero ahora poseía algo mucho más valioso a lo que aferrarse.
     Y eso definitivamente la había enloquecido de celos.
     No la compartía con nadie más desde hace ya bastantes años. No podía verla alejarse. Y no hacía más que crear secuencias en su mente para traerla de vuelta. ¡Pero no lo lograba! Siempre volvía a sus brazos, y parecía tan segura allí. Ella, que la veía tan débil desde siempre, podía percibir en ella una fuerza interior que, aunque endeble, iba tomando rigor con el tiempo. Y no era una coraza como la de antes. Era un aura distinta.
     Mientras la observaba con dureza, sin retroceder ni un paso, suspiró. Estaba cansada de discutir con ella y tener una enemiga constante. ¿Por qué no podían aceptar simplemente que eran partes de una sola cosa, y que podían abrazarse en las ocasiones que fueran convenientes para ambas? Himeko no iba a ceder esta vez. Pelearon muchísimas veces, pero Aika debía aceptar que esto no era una guerra en la que su opinión fuera de vital importancia. Y que tenía que alejarse o causaría los estragos de siempre. Precisaba estabilidad emocional, solo un poco de ella, y no podía hallarla con sus sismos cerca. Pero no iba convencerla tan fácilmente. Su desprotección le asustaba, y lo sabía. Y ella tenía la culpa. Pero debía permitirle ser, y dejarla amar sin temor a que vuelva a caer.

sábado, 11 de abril de 2015

Inerme.

   Tal vez Clara esa mañana no sospechaba que rompería con todas las normas que se había impuesto a lo largo de su vida. Cuando abrió los ojos no sintió más que fastidio por haber cerrado mal la persiana de su cuarto, cosa que facilitaba el golpe de los rayos solares contra sus ojos. Por algún motivo, todo en su casa le irritaba: el ruido de la televisión encendida, la radio a un volumen casi inaudible pero lo suficientemente alto como para crear murmullo, su madre protestando por la inapetencia de su hermana... Definitivamente ese día no quería quedarse encerrada. No iba a aguantar demasiado allí dentro.
     Afuera el clima era perfecto. El contraste con su hogar le resultó evidente y casi detestó que el resto del mundo gozara de tanta paz. Caminó por la calle de su casa y dobló a la derecha cuando una pared le impidió el paso. Siguió avanzando de la misma forma hasta toparse con un parque colmado de árboles y flores de jazmín. Se embriagó con el dulce aroma y añoró recostarse un momento en el césped tierno, a la sombra de una copa frondosa. Cerró los ojos y amplió los sentidos. Se sintió repleta de una calidez impropia de un ambiente tan banal, impropia de lo que ella misma se permitía disfrutar. Los diversos aromas que respiraban eran devueltos con una exhalación sonora que su inconsciente le prohibía oír. Las sombras se movían sobre sus párpados, con las pupilas dibujando graciosos y coloridos fantasmas inexistentes. Acariciaba con la entereza de su cuerpo las sedosas y rugosas texturas que le proporcionaba el ecosistema a su alrededor.
     Le pareció curiosa pero no sorprendente la presencia de alguien a su lado. No necesitó abrir los ojos para corroborar que no era alguien que quería causarle daño. Y ahí rompió su primer norma: la de asegurar su entorno sin importar qué. No detuvo las inocentes caricias en su brazo izquierdo. Las yemas de los dedos que le tocaban desde la muñeca hasta el codo parecían estar cargadas de una energía compatible a la suya, y agradable por la misma razón. Sonrió sincera tras la placentera sensación de un beso en la frente, infringiendo su norma de mantener las apariencias. Y las distancias. Se dejó envolver en un abrazo candoroso, amable. Y abrazó ella también, faltando a su condición insensible. No desestimó las palabras que comenzaron a susurrar en su oído, las disfrutó todas y creyó en cada una de ellas, destruyendo así el descreimiento al que solía aferrarse. No reconoció la voz, ni el tono, ni las palabras le sonaron símiles a otras pronunciadas. Pero se dejó caer en ellas casi como si las conociera de toda la vida. Y lloró cuando se detuvo, necesitando más, sintiendo que no podría seguir sin un poco más de aquellas, sufriendo por la falta de melodía en su cabeza, creyendo fatal la ausencia de otra caricia al autoestima, exigiendo que continúe, rompiendo una de las normas más importantes de sus últimos años: la de no permitir que nadie la viera caerse a pedazos. Y lo que más la perturbó fue la contención que recibió luego. Se regodeó por una mano en el centro de su espalda, drenando paz dentro de ella, uniendo fragmentos rotos como si de savia se tratara, casi pudiendo percibir el sabor en ella.
     Pero entonces la corrompió la ansiedad típica en su carácter intempestivo. Intentó abrir los ojos para ver algo que ya había visto por el mirador del alma, y que no le había resultado suficiente. Todas las sensaciones gratificantes se apagaron de golpe, y quiso llorar de desesperación al hallarse sola. La presencia se había desvanecido y por un minuto sospechó haberse quedado dormida. Pero en seguida descartó la descabellada idea, Nada con esa intensidad podía tratarse de un sueño. Sin embargo eso no la consoló, sino al contrario. Y quedó sumida en un mar de contradicciones emocionales.
     Se levantó con un humor peor que con el que había llegado, y comenzó a caminar lentamente sin ninguna dirección en particular. Antes de cruzar la calle y dejar atrás el parque de iridiscentes sombras y bellos aromas, se le llenaron los ojos de lágrimas al notar que solo había una norma que no quería romper en ese momento: la de no dejar ir sin más las pocas caricias que la hicieron sentir tan feliz.