Lieben III: Proyecciones.
Mateo abrió
intempestivamente la puerta de su casa. En el sofá del recibidor estaba Jazmín,
su hermana de quince años. Su semblante era serio, casi preocupado, pero él
estaba demasiado feliz como para notar ese tipo de detalles. ¡Estaba feliz! Ese
chico que había encontrado unos momentos atrás era hermoso, y con un corazón
frágil y noble. Solo esperaba que lo llamara.
—¡Jazu! No sabes lo que tengo para
contarte… ¡Conocí un chico!
—Eso suena estupendo…—soltó sin un ápice
de emoción en la voz—. ¿Dónde?
—En… un bar. ¡Pero no es lo que imaginas!
Tomamos un café, él parecía triste porque lo habían rechazado, o algo así.
—Qué bueno. Mira, yo quería…
—¡Y está para comérselo! Es rubio, como
yo. Pero sus ojos son tan azules. Y tiene una piel tersa y delicada.
—Suena encantador, pero yo quería
comentarte que…
—Y no sabes… ¡Lo besé! Fue hermoso, como
de película. Lo seguí hasta la puerta del bar, le di mi número y lo besé.
—No puedes ir besando a las personas por
la vida. Pero también tengo que decirte…
—Solo espero que considere llamarme.—Bajó
la vista, y luego ubicó los ojos sobre su hermana, dándose cuenta de algo—.
¿Qué era lo que me ibas a decir?
—Verás. ¿Recuerdas que el otro día te
comenté que…?
El celular de Mateo comenzó a sonar, y
este le hizo una seña a Jazmín para que aguardara un momento. Luego de un
instante, volvió a decirle que su madre quería que vaya a buscarla al trabajo,
porque un hecho de inseguridad había acontecido allí hace unas horas y estaba
asustada. Depositó un beso en su frente, y se marchó.
Jazmín suspiró pesadamente y volvió a
acomodarse en el sofá, sosteniéndose la cabeza con las manos. Luego se irguió,
y pasó la mano por su cabello cenizo. «Al menos lo intenté» se consoló en
silencio, y fue sobresaltada por unos toquidos en la puerta. Al abrirla,
apareció un joven de estatura media, cabello azabache y ojos avellanados. Tenía
una sonrisa tímida en el rostro, y al ver a Jazmín, la abrazó con fuerza.
—Martín—susurró ella, desuniendo el
abrazo—. No pude hablar con mi hermano. Tengo mucho miedo, él no va a
aceptarte. ¡Te conté cómo es! Me cuida demasiado, además ya sabes, él es
bastante conservador y tiene una mirada crítica con las mujeres. Que tenga un
novio a los quince años no le hará ninguna gracia. Y yo ya te lo dije, si no
nos acepta… no podré mantener esta relación por mucho que te esté amando.
Él apretó su mano, y le dijo con voz
conciliadora que todo estaría bien, que si se tenían el uno al otro podrían
afrontar cualquier cosa, incluso a su sobreprotector hermano. Pero ante la
mirada insegura de ella, agregó algo molesto:
—Va siendo tiempo que acepte ciertas
cosas. Es el siglo XXI, no puede prohibirte que tengas un novio si así lo
deseas. No somos unos niños. Nos conocemos desde hace mucho tiempo, e incluso
sabe quién soy y le agrado. No sé por qué las cosas deberían cambiar si le
decimos que soy tu pareja.
Jazmín comenzó a llorar entre sus brazos.
Estaba nerviosa, alterada. No quería que nada salga mal. Martín y ella se
criaron juntos, pues eran vecinos desde que ella nació. Él era apenas un año
más grande, y siempre se mostró comprometido en cuidarla y hacerla feliz. Si
así era ¿por qué estaría mal?
Entonces, alejando las lágrimas de las
pálidas mejillas de Jazmín, se acercó a su rostro, y la besó con dulzura,
lentamente. Oyeron el sonido de la puerta y reaccionaron una milésima de
segundo después de que una exclamación incompleta llegara a sus oídos.
—¡Olvidé las…!—Los orbes grisáceos de
Mateo examinaron a ambos jóvenes y la
posición en la que estaban. Luego de un rato de meditar, añadió:— Lo
sospechaba.— Sonrió de medio lado, y cerró suavemente la puerta.
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