domingo, 5 de mayo de 2013

Juvenile.

     El suelo se movía, y las tres almas que deambulaban por la habitación estaban abrumadas. Todas, por diferentes razones, reían y lloraban. Una de ellas intentaba mantener la compostura, y tranquilizar al resto; pero le resultaba imposible. Otra, se dejaba guiar por los movimientos de la tierra, y una sonrisa estúpida adornaba su rostro, a la par que lágrimas brillantes acariciaban sus mejillas. La última también se balanceaba, pero modificaba los movimientos cuando le resultaba conveniente: para ella todo estaba calculado.
—¡Basta, por favor!—exclamaba quien intentaba volver a la normalidad.
     Miró a sus compañeras con furia, notando que estaban encerradas en ellas mismas. Cada tanto compartían miradas cómplices, y eso no resultaba benigno.
—¡Ustedes dos están causando esto! ¡Contrólense!—gritó, pero no recibió respuesta.
     Miró el cielo, la luna. Parecía moverse junto con ellas. Intentó respirar hondo, pero una exhalación a su derecha hizo que comience a toser.¡No podía ir en contra de las dos, porque formaban parte de una unidad! Decidió, entonces, encerrarse en su propia mente. Estaba en ella la capacidad de resguardarse, o de jugar el mismo juego que las muchachas a su alrededor.

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