lunes, 7 de marzo de 2016

Dificultades.

     Algunos momentos de la vida resultan ser devastadores. Más que eso. Hay ocasiones en las que resulta tan complicado levantarse y salir del abismo que te plantó la vida, que solo piensas en abrazarte a ti mismo (lo único que tienes) y llorar. Llorar como si cada lágrima que cae fuera una gota de motivación, aunque solo sea un gramo de arena que ayuda a sanar la herida. Y la desesperación es tan grande, casi tanto como las paredes de tu encierro, que te embriagan unas enormes ganas de gritar. Y lo buscas, pero no está. Ese consuelo que te daban cuando eras niña, esa solución que alguien, en algún lado, hallaba, o te ayudaba a hallar. Lo buscas con tanto esmero, convirtiéndose tus ojos en aquellos grandes y llenos de ilusión que los caminos inestables fueron apagando. Pero en el fondo sabes que no llegará, que ahora estás sola contra el mundo. Que tienes que afrontar tus propios miedos, y tus propios problemas. Y extrañas los vestidos floreados que tanto odiabas, y las caricias en tu cabello largo (que ya no lo es tanto). Te quedas perpleja, desorientada y más vacía que nunca. Entonces te levantas y miras hacia arriba. Todavía está nublado, la niebla es tan densa como la que te impide ver la respuesta en tu mente. Entrelazas tus dedos, dándote ánimo. Respiras profundo, intentando recordar los consejos que te solían dar, y secas tus mejillas.
     Y empiezas a subir.
      Te molestan los vidrios rotos en las manos, y no puedes ver muy bien. Y te cansas rápidamente. Te resbalas, porque ya te habían dicho que la subida era inestable, pero no te disgusta la adrenalina de no saber si saldrás con vida, o en qué condiciones. Y te imaginas cómo será allá arriba otra vez. Te impulsas con aquella desesperación que te atacó hace un momento. Quedas cegada un instante por el esfuerzo, pero sigues tu camino adivinando donde poner las manos y apoyar los pies. La improvisación siempre fue lo tuyo, y de nuevo la implementas de maravilla. Un montón de voces suenan en tu cabeza, e intentas traer a tu mente toda la información que te resulte útil. Sin embargo, justo cuando estás llegando a la meta, das un paso en falso, y vuelves a caer. Hasta el fondo. Vuelves a sentirte aturdida, y mareada, y con más ganas de llorar que nunca. Porque los fracasos también siempre fueron tu especialidad, y claramente esta no sería una excepción. Cierras los ojos fuertemente, y los vuelves a abrir. Observas el haz de luz que se cola desde la única salida existente, y te sientas. Y callas, juntando energías para volver a emprender la subida. Y sonríes, porque nadie, nunca, dijo que esto sería sencillo.

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